Cruzamos el silencioso bosque. Habían unas diez canoas que se sacudían suavemente con el oleaje, amontonadas en una ensenada entre arboles y montañas. Elegimos una que nos pareció segura y partimos hacia aquella distante isla, así se veía desde allí.
El viaje fue fácil, solo algunas dificultades con el oleaje en el medio del lago pero nada grave. Me daba cuenta que a medida que avanzamos el ambiente se tornaba más lúgubre —tal como decía Nils que sucedía en las afueras de Edén— pero no tanto como allí, ya que aunque un poco más oscura, divisábamos la isla. Algunos jóvenes le llamaban la Isla Oscura ya que de lejos se podía apreciar a simple vista esa disminución lumínica.
—Es cierto, Nils, la isla es rara —soltó Aquelo, una vez llegamos a su costa.
Estaba cálido pero la perdida de luminosidad era notable. En el Edén la luz surgía, por decirlo de una manera, de todas direcciones, sin que exista un emisor como el sol. Esta era potente y agradable pero en la isla era tenebrosa. Además no había el bullicio típico del Edén, solo un viento suave que silbaba contra los tupidos árboles que lo cubrían todo excepto el fino hilo de playa.
—Muy bien, ahora tenemos que hacer la fogata, juntemos palos.
Para cuando Nils dijo eso Aquelo ya estaba metido en la densa vegetación. Aquelo tenía el vicio del arrebatamiento. En ese momento me percaté que la isla tenía algo de «real». Un mosquito, insecto que hacía años no veía, se posó en mi brazo, se acomodo levemente y comenzó a chuparme la sangre. Lo quité inmediatamente.
—Esta isla es una mierda —dijo Nils desde dentro del matorral de mal humor—, está llena de bichos. Quizá tengamos que pensar mejor si queremos pasar la noche aquí, incluso si queremos quedarnos a comer.
—Yo digo que nos quedemos a comer —dijo Aquelo desde la vegetación—, en todo caso volvemos luego, en cuanto terminemos. Mientras se asa la comida voy a hacer un pozo, quien te dice que no encuentro algo y la aventura a la isla termina siendo una buena apuesta...
Salió de la vegetación y se clavó en la arena dispuesto a hacer el pozo, Nils y yo nos sentamos un poco más allá, mirando la fogata que habíamos preparado. Había oscurecido, bastante antes de lo que teníamos previsto.
—La temperatura es buena —dijo Nils, como quién quiere decir poco— pero del otro lado es más agradable, ¿ustedes que dicen?
—La arena está fría —dijo Aquelo mientras cavaba—, eso no sucedía en el Edén. No debería suceder, esta isla es... extraña. Pero no puede compararse con los fríos de la realidad.
Hubo un momento de silencio.
—Dónde vivíamos —dije dirigiendo la palabra a Nils y refiriéndome a mi pueblo— hace mucho calor durante el verano y mucho frío durante el invierno. Aquí se pierde la noción de las estaciones pues no existen. Desde que vinimos deben haber pasado unos tres veranos y unos dos inviernos.
ESTÁS LEYENDO
AQUELO y el Edén de la Juventud
AventuraEn un caluroso verano dos jóvenes amigos, Juancito y Aquelo, deciden emprender una odisea hacia lo desconocido, ubicado en algún lugar en medio de las montañas a kilómetros de donde viven. Acceden a un extraño lugar que denominan «El Edén de la Juve...