16· "Cualquier información acérquese a la comisaría más cercana"

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A las once de la mañana de aquel día llegábamos al fin a nuestro pueblo. La tormenta había traído las refrescantes brisas húmedas que dieron un respiro al caluroso verano. El frecuente polvo en suspensión sobre las calles había desaparecido y la gente se veía cristalina. Incluso sus rostros daban la impresión de tranquilidad. Había algo diferente en cuanto aquella vez que dejamos el pueblo —según mis impresiones, tres años—; en muchos postes se encontraba adheridos fuertemente con cola líquida unos papeles que decían:

Yolanda jamás se ahuyentaba de su casa y el hecho que no llegara a las seis a tomar su merienda y a las diez para la cena alarmó a su madre quién precavida la buscó en los lugares recurrentes y al no encontrarla ya a media noche, decidió informar ...

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Yolanda jamás se ahuyentaba de su casa y el hecho que no llegara a las seis a tomar su merienda y a las diez para la cena alarmó a su madre quién precavida la buscó en los lugares recurrentes y al no encontrarla ya a media noche, decidió informar a la policía. De mi ausencia y la de Aquelo no se percataron pues era muy común que nos ahuyentáramos por la noche —sobre todo en aquellas noches de luna y agradable clima— a un lugar a las afueras del pueblo que habíamos preparado adecuadamente y era nuestro escondite preferido para escuchar por la radio las transmisiones de misterio. Hasta habíamos hecho en ese sitio una especie de gabinete techado y teníamos un par de provisiones como galletitas y agua que reponíamos periódicamente.

El cartel fue colocado en todos los pueblos cercanos. Hubiéramos podido acercarnos a la policía y contarles nuestra anécdota pero nadie nos creería pues nosotros llevábamos años viviendo en el Edén. Estábamos —y aún lo estoy— completamente seguros que habíamos permanecido todo ese tiempo allí. Sin embargo Yolanda llevaba solo horas perdidas por lo que nuestro relato solo terminaría enturbiando la búsqueda. Sabíamos que ella se encontraba en el Edén pero cabía la posibilidad que todo lo vivido haya sido sencillamente parte de un estado hipnótico —lo sabíamos pues escuchábamos historias parecidas en la radio—. Por eso, para quedarnos seguros que estábamos haciendo lo correcto y ayudábamos a Yolanda, aquella mañana dimos aviso a la policía de forma anónima. Aprovechamos un momento en la mañana que mi casa estaba deshabitada y Aquelo tomó el teléfono —podríamos haber sido rastreados, pero no sucedió— y con un pañuelo en la boca les comunicó los lugares por donde anduvimos. Les proporcionó también una detallada descripción del camino. Le pidieron que se identifique pero Aquelo soportó la presión y amenazó con colgar el teléfono y no brindar más información valiosa.

Supimos después por comentarios —todo el pueblo estaba consternado— que la policía no la halló en aquel sitio ni en sus alrededores pero encontraron tres bicicletas, una a la vista y dos escondidas prolijamente entre los montes

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Supimos después por comentarios —todo el pueblo estaba consternado— que la policía no la halló en aquel sitio ni en sus alrededores pero encontraron tres bicicletas, una a la vista y dos escondidas prolijamente entre los montes. Los rastros de sus dueños ya no permanecían en la tierra por la lluvia torrencial de los días anteriores. La bicicleta que estaba a la vista era de Yolanda, su madre la identificó de inmediato. Las otras eran imposibles de identificar; nadie las había visto en el pueblo.

Estábamos profundamente preocupados por la desaparición de Yolanda. Era un golpe que no esperábamos. En nuestras cabezas revoloteaba la idea; ella estaba perfectamente feliz en el Edén de la Juventud, junto con su amado Dennis. Eso nos dio algo de sosiego. Queríamos seguir nuestras vidas, y eso intentamos hacer; cuando Aquelo colgó el teléfono, tristes prometimos una vez más callar para siempre. Habíamos hecho todo en cuanto pudimos.

AQUELO y el Edén de la JuventudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora