Comenzaba el cielo a tornarse más y más amarillo advirtiendo la llegada del atardecer. Habíamos andado toda la tarde para llegar a este momento tan especial. En el interior del tapial, estábamos nosotros, junto a la cálida luz de la fogata. Yo estaba particularmente interesado en saber más. Sobre todo de donde sacó todos esos datos, el mapa, y demás. Sentía que Aquelo estaría dispuesto a contármelo y que este era el momento adecuado.
—Bueno, te voy a contar todo, ahora que ya estamos acá y tenemos que esperar hasta que anochezca.
Mientras decía esto se sentaba lentamente sobre el piso, acomodando su pantalón para que no queden pliegues molestos debajo de las piernas. Mientras se retorcía tratando de encontrar la mejor posición, escuchamos unos pequeños ruidos detrás del tapial y nos paralizamos por un instante, intentando agudizar el oído. No sentimos nada más, nos tranquilizamos y Aquelo comenzó su relato.
—Cuando me mudé con mis padres, una de mis dudas era si en el pueblo había biblioteca. Y no es que yo sea una rata de biblioteca pero de chico mi abuelo me inculcó la lectura y regalaba libros de historias y demás, y ahí le fui tomando un especial cariño. El asunto es que dejé todos los libros allá, excepto tres que pude meter en la mesita de luz durante la mudanza. A principio de año, cuando comenzamos el colegio, pregunté por la biblioteca escolar y me dijeron que no había. Me entristeció. Al ver esto el director de la escuela se acercó a mi durante un recreo y me dijo que habían tomado la decisión de dejarme acceder a una pequeña biblioteca que era solo para la consulta de los maestros.
—Y ahora tuya —aseveré.
—Si, y ahora disponible para mí. Era una pequeña habitación contigua a la dirección al final de un pasillo laberíntico. La habitación no poseía ventanas, una luz tenue iluminaba desde arriba y tenía muchos de esos armarios metálicos que suelen haber en las escuelas, cubriendo la totalidad de las paredes. Quedaba apenas un pequeño pasillo para acceder y abrir dichos armarios. La cuestión es que estuve allí bastante rato y cada tanto se acercaban a ver que estuviese bien.
—¿Y que había?
—Bueno, algunos libros de geografía, matemática, nada de otro mundo. Yo esperaba encontrar más literatura por lo que significó una gran desilusión, solo habían algunos clásicos como Don Quijote, Juvenilia, Martín Fierro. Pero seguí buscando entre los estantes, y al fondo, detrás de estos libros encontré un pequeño cuadernillo datado en 1955 con la historia del pueblo. Me pareció interesante. Por lo que me lo llevé. Cuando pasé por dirección, me dijeron que ese cuadernillo llevaba perdido varios años y se encontraban alegres que lo haya encontrado. El vicedirector lo hojeo por un instante e hizo una señal a la secretaria que, sin mucho decoro ni protocolo, se dispuso a dármelo, no sin antes anotar algo en una hoja.
—Lo bueno es que te lo dejaron llevar.
—En casa lo comencé a leer. Estaba hecho por los egresantes de séptimo del año 55' y parecía un proyecto serio. Tenía índice, estaba bien jerarquizado y prolijamente escrito a maquina. Contaba la historia desde sus inicios. La etapa indígena, los primeros pobladores, actividades económicas, historias, etc. Pero tenia algo más que al parecer nadie más se había percatado. Al margen de la pagina 76 había una pequeña expresión, eran coordenadas geográficas exactas. Lo supe por una simple razón; mi papá es agrimensor. Él está confeccionando las manzanas del pueblo. Fue él quien me enseñó a utilizar sus aparatos de medición para hallar coordenadas, ya que a mí me gusta esconder cosas y hacer los respectivos mapas del tesoro para encontrarlos luego.
ESTÁS LEYENDO
AQUELO y el Edén de la Juventud
AventuraEn un caluroso verano dos jóvenes amigos, Juancito y Aquelo, deciden emprender una odisea hacia lo desconocido, ubicado en algún lugar en medio de las montañas a kilómetros de donde viven. Acceden a un extraño lugar que denominan «El Edén de la Juve...