12· "Bienvenidos al Edén de la Juventud"

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Restaba caminar hacia la noche, hasta divisar el hermoso lugar. Eso sí, sería difícil; la tormenta pronosticada días antes galopaba ya con furia sobre nosotros. Era como ninguna que haya visto antes, lumínica, ruidosa y lanzando viento en todas direcciones. Crecía incesante, emanaba poder. Nos percatamos aún más de su sublimidad por sus rayos; uno cayó justo delante de nosotros y se concatenó con la caída de gotas, esta vez gordas y abundantes que golpeaban en la cara y los hombros. El suelo se humedeció rápidamente. Pese a esto, seguimos avanzando obstinados, que ni esta tormenta, por fuerte que fuese, nos impediría conocer aquella maravilla.

Al poco tiempo el barro nos llegaba a los tobillos

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Al poco tiempo el barro nos llegaba a los tobillos. El tramo era inacabable. Aquelo había tomado la delantera, llevaba por delante unos veinte metros. Lo vi en medio de la lluvia y el viento y me señalaba entre rayos y ráfagas de agua que lo siga. Fue tragado por la bruma. «Quizá Aquelo, que se encontraba más cerca, detrás de ese manto espeso de lluvia y niebla podía ver con claridad las puertas del Edén», pensé. A pesar de mi miedo, seguí avanzando, pues aquella idea me dio fuerzas para continuar. Caminé incesante esperando el mismo destino. Y lo encontré.

Donde vi desvanecerse la figura de Aquelo caí también. Era un enorme pozo de aguas bravías. Estuve allí demasiado tiempo conteniendo la respiración, intentando salir y finalmente perdí la conciencia. Sentía ruidos y cosas que rozaban mi piel e incluso a veces me envolvían. Recuerdo: flotaba mirando la luz de lo rayos y centellas que se difuminaban por el agua llena de impurezas. Comencé a sentir aquello de manera más lejana e imperceptible. Dejé de hacer esfuerzos y me sumergí lentamente en la oscuridad de un letargo.

Ante el silencio ameno de la noche y aún un poco mojado, lo que vi al despertar fue alucinante

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Ante el silencio ameno de la noche y aún un poco mojado, lo que vi al despertar fue alucinante. Estaba tendido en una tierra suave. Podía sentir a lo lejos el sonar de unos tambores. La temperatura era muy agradable. Observé una silueta grande abalanzarse sobre mí.

—Mirá Juancito, helado de crema.

Nos encontrábamos a pocos metros del Edén de la Juventud como lo llamaba Aquelo. De la tormenta solo quedaban nubarrones y pequeños destellos en el horizonte, muy a lo lejos. El brillo de la luz de luna entre los nubarrones demarcaba el terreno con suavidad. Y muy, muy a lo lejos, había un acceso en forma de arco con un gran cartel de madera, pálido a la luz de la luna, que decía:

AQUELO y el Edén de la JuventudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora