Capitulo 4

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Decisiones, decisiones...

Algunas veces las que creemos acertadas, son las que nos harán vivir en el infierno.


Una profunda y gran tristeza atraviesa mi pecho ante la decoración que se alza ante mis ojos al llegar al final de la escalera: arreglos florales por toda la casa, las velas adornadas con pequeñas perlas... no hubo fiesta de compromiso, ni siquiera reunión de despedida, sólo un circo que maltrata por completo mi espíritu soñador, mi padre me espera al final de la escalera acompañado de mis hermanas, luce simplemente atractivo y elegante, recién afeitado, peinado y sin su bastón, mis hermanas deslumbrantes, vestidos holgados de colores vivos y hermosos peinados, sonrío al ver la duda de mi padre ante mi presencia. Al llegar a él besa mi frente con una radiante sonrisa.

―Por un momento pensé que eras una aparición, una muy bella, hija mía.

―Vaya manera de decir que estoy hermosa, papá.

―Una novia preciosa ―Comenta lleno de orgullo al admirar a la mujer en que me he convertido ―El novio estará complacido al verte.

La sonrisa de alegría se esfuma por completo de mis labios al escuchar la mención  susodicho, sonrío falsamente al ver la pena en los gestos de mi padre, respiro profundo y me repito una y otra vez que es lo mejor, que el no haber nacido hombre tarde o temprano tendría sus consecuencias y hoy ya estoy sintiendo el peso de las exigencias de mi tiempo, uno horrible, asfixiante... agotador.

―Es hora de terminar con este circo ―Murmuro respirando bien hondo para darme fuerzas, una férrea voluntad por quedarme y cumplir mi condena en lugar de salir corriendo para no tener que afrontar el que ahora seré esposa de un completo desconocido ―¿No crees? ―Pestañeo y me obligo a sonreír apretando con mucha fuerza el ramo en mi mano izquierda. 

Mi madre respira irritada al escucharme, papá la observa por un momento y luego a mí guiñándome un ojo.

―Vamos a ver al payaso entonces―Propone extendiendo su brazo hacia mi al tiempo que la diversión se adueña de sus gestos.

El enloquecido latido de mi corazón me aflija un poco, los nervios me atacan sin contemplación, trago con dificultad y respiro entre cortadamente al tiempo que cierro los ojos. El caballero frente a mí está radiante, si soy sincera luce endemoniadamente atractivo pero no lo suficiente para ponerme nerviosa con su sola presencia, no de esa forma que me arranca suspiros, sueños traviesos, no de la forma en que quiero. Alto, ¿Serán todos los franceses así de altos? Ahora si está afeitado por lo que la piel de su mejilla es visible, hombros anchos, espalda fuerte, y un buen trasero... abro los ojos escandalizada por mi escrutinio inmoral ―Espero que nadie lo haya notado ―Pienso sonrojada.

―Lady Amelia ―Escucho al sacerdote.

―¿Eh? ―Parpadeo confundida y veo al sacerdote quien con su mirada dice lo mucho que le molesta mi distracción ―Disculpe padre ¿Qué decía?

―¿Acepta usted como esposo a Lord Lamballe?

―¿Qué clase de titulo es ese? ―Pregunto sin pensar arrepintiéndome enseguida, el mayor de los hermanos se queda viéndome detenidamente, parpadeo y veo detrás de él, su hermano, frunzo un poco el ceño al verlo sonriendo y negando levemente, aparto la vista posándola de nuevo en el novio, claramente incomoda por mi impertinente pregunta y la presencia de quien pensé no estaría aquí, miro al sacerdote luego al Marqués y sonrió sin saber qué otra cosa hacer.

―Lady Amelia acepta...

―Si padre, acepto ―Me apresuro a responder, si lo pienso un segundo más sé que saldré huyendo de aquí.

La hija del Conde: Cuando el corazón ama no hay desición que valga.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora