Capitulo 11

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El dolor es tan intenso que me cuesta abrir los ojos al despertar, ahogo un grito al palpar mi mejilla y darme cuenta que esta completamente cubierta por trapos, Respiro con dificultad intentando ponerme de pie pero no me lo permiten, me muevo en la cama gruñendo por el ardor, por la sensación rasposa y el intenso sabor a sangre que permanece en mi boca por más que me esfuerzo en tragar la saliva, aprieto los ojos y empuño mis manos desesperada, profundamente perturbada por esto, por los recuerdos que llegan a mi mente instantes antes de perder el conocimiento.

―Respire, por favor respire ―El señor Caden detiene mis brazos y me mantiene firme en la cama, busca mi mirada hasta que finalmente tropiezo con ella ―Escuche... ―Su rostro esta arrugado, con señales de cansancio ―Se encuentra usted muy mal herida ―Niega ―Debe permanecer en cama por más tiempo ―Suelta una de mis manos y alcanza una taza de metal ―Beba esto ―Niego, y mucho que me esfuerzo para hablar no lo logro ―Mi señora, por favor ―Suplica, aturdida contemplo el pequeño envase en su mano derecha ―Debe confiar en mí.

Simples sonidos escapan de mi boca antes de aceptar beber el té, intento hablarle con la mirada pero el pobre viejo me ignora con maestría hasta que finalmente caigo presa de la oscuridad... de un sueño profundo.

Mi garganta se siente rasposa al tragar, mi cuerpo se siente adormecido, el interior de la carpa apesta enfermo, intento sentarme pero un ardiente dolor me lo impide, trago lentamente, con dificultad y busco entre la oscuridad a Caden sin comprender del todo el porque me encuentro en éste fatídico estado, cojo con mucho esfuerzo un vaso que se encuentra sobre la mesa al lado de la pequeña cama, pero al tragar termino escupiendo el contenido al suelo. Veo adentro del vaso y vuelvo a escupir.

―¿A quien se le ocurre dejar licor al lado de la cama de un enfermo?

Unos ronquidos atraen mi atención, pero por mucho que intento ponerme de pie el dolor en mi costado me lo impide.

―¿Quien se encuentra ahí?

―¿Amelia? ―Una voz ronca y cansada responde a mi llamado ― Mi señora está usted...

―¿Caden?

Mi anciano amigo se levanta de un salto al escucharme, enciende una lámpara que deja en la mesa y se sienta a mi lado para sonreír aliviado.

―Oh señora, al fin despertó ―Agarra mi mano y la aprieta con gesto cariñoso para luego darme un vaso con agua.

―¿Qué sucedió? ―Interrogo luego de dar dos sorbos ―Caden ¿Por qué sigo tan mal herida?

―Debe descansar ―Evade mi pregunta y se pone de pie ―Permita que llame a la curandera.

―Espera Caden ―No cedo a sus intenciones de mandarme a dormir ―Dime exactamente ¿Qué sucedió?

El hombre suelta una honda exhalación para luego arrastrar una silla hasta el lado de la cama, donde se acomoda cabizbajo.

―Milady, usted y René salvaron al Rey.

―Eso tiene sentido ―Murmuro con la mirada en la manta que cubre mis piernas ―Es por eso que estoy así ―Señalo mi cuerpo ―¿Verdad?

―Mi señora... ―Ignoro su tono consolador, lo que menos necesito es que sientan pena por mí, ya llegarán los hipócritas que lo hagan, el nudo en mi garganta crece al sentir mis mejillas, una de ellas duele, mi cuerpo entero protesta adolorido recordándome que mis hazañas me dejaron unas cuantas consecuencias,  y esto... esto no tengo idea de cómo lo voy a explicar cuando llegue su momento.

―Dime Caden ―Mi voz sale tan lamentable como debo verme ―¿Cuánto tiempo he estado aquí?

―Varios días Marquesa ―Su ceño se frunce levemente ―Tenemos noticias de su esposo Milady.

La hija del Conde: Cuando el corazón ama no hay desición que valga.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora