Respiro muy rápido dejando al fin salir las lágrimas de forma silenciosa, paso con mucho esfuerzo el nudo en mi garganta para no permitir que mi voz salga rota, para no develar así el duro golpe que sentí ante tan crueles palabras.
―Debe lamentar que no sea así ―Susurro con la voz temblorosa ―Le aseguro que de haberlo sabido nada habría cambiado mis planes, padre.
Él se levanta de su silla y camina hacia mi viéndome de pies a cabeza con cólera, escepticismo.
―Una herida en la cara no te habría matado.
―No, una herida así no causaría tal daño ―Murmuro ocultando las que realmente si lo habrían hecho ―Por mucho que se esforzarán por perforarme la mejilla.
―Serás aislada de todos ―Sentencia volviendo hasta su escritorio ―No tendrás contacto con nadie más que con tu doncella, comerás en tus habitaciones ―Llena de impotencia empuño mis manos para sentir algo diferente al dolor en el corazón, las uñas en mis palmas me permiten controlarme y morder mi lengua a pesar de que mi padre está siendo realmente injusto conmigo ―Se te prohíbe cabalgar y portar cualquier arma, nada...
―¿Qué? ―Lo observo perpleja ―Se está excediendo usted, padre ¿No cree que es castigo suficiente la pronta presencia de mi esposo?
―Esas palabras no son propias de una Dama ―Advierte viéndome con desdén.
―Según sé, nada es más propio de una Dama que tejer y perder el tiempo en chismes y alumbres, eso es lo único propio de una Dama, también ser el simple e inútil adorno para el caballero a quien su padre decida vender.
―¡Amelia!
―Eso somos madre ¿No lo ve? Somos una propiedad más, sin discusión ni opinión propia sobre si...
la vista se me nubla por un instante, el dolor en mi mejilla reavive con fuerza el ardor que sentí la noche en que me hirieron, mi madre se levanta del largo sofá y se acerca a mí sin tocarme, cubro mi mejilla derecha con mano derecha la cuál se humedece por la sangre que brota de ella, el golpe que mi padre me ha dado a abierto la herida.
―Suficiente tengo de ti como para que sigas desafiando mis ordenes―Sus palabras son certeras, frías ―Recuerda que eres una simple mujer, tu deber es obedecer lo que se te ordena sin objetar nada, de ahora en adelante serás eso, una mujer obediente ¡¿Entendiste?!
Sonrió amargamente sintiendo el sabor de la sangre traspasar mi mejilla.
―Se siente usted muy seguro padre ¿Qué le hace creer que lo obedeceré?
―No tienes alternativa ―Advierte ―Si no quieres que también que le prohíba a tus hermanas acercarse a ti.
Me tenso por completo al escuchar esa amenaza ―Un punto a su favor ―Pienso respirando profundo. Él sabe lo mucho que quiero a mis hermanas, siendo mi padre conoce cada una de las veces en que las he defendido, esas en las que ellas siempre han estado por encima de cualquier escándalo o rumor que las Damas inventan para perjudicarlas.
―Por esta ocasión ha ganado padre, por el momento aceptaré su orden.
―No vuelvas a llamarme padre.
Lamo mis labios y asiento con la cabeza viendo inexpresivamente el rostro del hombre que amo, mi padre que de ahora en adelante negara mi existencia.
―Mis perdones Conde, no era mi intención ofenderle.
―La insolencia se siente en cada palabra que sale de tu boca, ofendes a tu madre con esa actitud, me deshonra tu atrevimiento. Esperemos la reacciones del Marqués al ver tu belleza destruida.
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La hija del Conde: Cuando el corazón ama no hay desición que valga.
RomanceLady Amelia Clarendon, una dama de la nobleza Inglesa, hermosa, inteligente, decidida, testaruda y con un carácter fuerte, resignada a un matrimonio en el cuál esta lejos de ser feliz. Yendo en contra de lo que...