El calor se apodera de mi cuerpo, anhelante, expectante. Traicionero.
―No comprendo cómo lo vuelve loco de deseo Milord, cuando hace apenas un momento usted se alejaba asqueado de ella ―Susurro hablando en tercera persona, con la mirada en el suelo ―El desagrado fue evidente, y que mienta para satisfacer su instinto animal lo hace peor ―Niego con sutileza ―No quiero que finja para ganar mi afecto, puedo asegurarle que sus esfuerzos no tendrán los frutos que usted espera ―Por un pequeño instante me permito observarlo ampliamente, admirando sin querer sus facciones y sin embargo sintiéndome al hacerlo, desagradable, poco digna de admiración ―Puede solicitar el divorcio si así lo desea ―Expreso con un nudo en la garganta, sabiendo que eso realmente me condenaría y obligaría a vivir a merced de mi padre, quien por supuesto me azotaría hasta agotarse para posteriormente encerrarme en un convento el resto de mis días ―No me opondría...
―Un tratado firmado por el Rey no puede ser disuelto ―Explica tomando asiento en el sillón de cuero negro en el que hace un momento estuve sentada, suspira, niega un par de veces con gesto cansado antes de entrelazar sus manos y posar sus codos en sus piernas para rozar su nariz con el pulgar de su mano derecha con los dedos aún entrelazados ―Si lo deseará no podría pensar siquiera en intentarlo ―Añade ―Ambos Reyes tendrían que acceder a cedernos el divorcio y en tiempos de Guerra...
―Usted no podría acercarse al Rey sin ser ejecutado en el intento ―Concluyo recordando los meses que estuve en entrenamiento, lo que vi, lo que viví... el odio que se sintió en el aire cada que mencionaban al Rey de Francia, el mismo que sentí la vez que con impotencia fui testigo de la crueldad de esos hombres luego de encontrar un pueblo destruido, uno en donde ni a los niños perdonaron ―¿Qué propone entonces? ―Cuestiono con sincero interés ―Dudo mucho que quiera seguir unido a una mujer por la que siente asco.―¿Qué te hace creer que siento asco? ―Interpela poniéndose de pie ―La belleza es efímera ―Sonríe de medio lado y contengo la respiración, comienzo a sentirme tonta, cohibida, lamo mis labios con sutileza al sentir sus caricias en mi mejilla izquierda ―Sé y estoy seguro de que me deseas tanto cómo yo a ti ―Pestañeo alzando la mirada hasta encontrar sus ojos negros ―La forma en que me mira ―Respiro hondo al sentir el latir desbocado de mi desleal corazón, insisto en no ceder a sus deseos, sé y estoy segura de que no somos el uno para el otro y aún así, mi cuerpo lo acepta, mi cuerpo despierta con sus caricias, las caricias de un Francés ―La guerra enseña a un hombre a ser paciente ―Susurra acercándose hasta estar a escasos centímetros de mis labios ―Sé que tarde o temprano tendré de ti lo que deseo ―Sus caricias bajan hasta mi cuello ―Podemos amarnos ―Añade erizando mi piel ―Le doy mi palabra, Milady, que pronto usted estará enamorada de mí.
―Parece muy seguro de que así será.
―Haré todo lo que este a mi alcance para conquistar su fiero corazón ―Promete sin apartar la mirada ―Le juro, que todas las Damas de la corte sentirán envidia del amor que profesaré cada día a mi esposa.
―Hay palabras que no se deberían decir ―Alza su mano derecha y acaricia mi mejilla sana ―Palabras que con el tiempo podría no cumplir.
―Soy un hombre de palabra ―Afirma, baja su mirada a mis labios y soy testigo de como pasa saliva ―Seré el hombre que amarás el resto de tu vida, de no ser así ―Busca mi mirada hasta encontrarla ―Moriré sin la dicha de tener un heredero.
―Ya no soy una mujer hermosa ―Señalo con la garganta seca intentando distraerlo de su evidente intención ―Debe pensar en la vergüenza que sentirá al llevarme del brazo...
―La belleza en una Dama es pasajera ―Su voz sale ronca, baja ―En cambio un corazón enamorado es eterno.
―Entonces dígame... ―Sin poder evitarlo me aborda de forma salvaje, primitiva, hambrienta. Posee mi cuerpo ahí mismo, contra la pared junto a la cama alejando por completo de mí las posibles excusas para evitar un nuevo encuentro carnal y es que él sabe como tocarme, como despertar aquella versión de mí que me da vergüenza pero que él tanto se esfuerza por conocer.
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La hija del Conde: Cuando el corazón ama no hay desición que valga.
RomanceLady Amelia Clarendon, una dama de la nobleza Inglesa, hermosa, inteligente, decidida, testaruda y con un carácter fuerte, resignada a un matrimonio en el cuál esta lejos de ser feliz. Yendo en contra de lo que...