Capítulo 1

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-¿Adonde vas, mamá? -maulló un cachorro de color negro, moviendo las patas nervioso.

-¿No te puedes quedar un poco más con nosotros? -chilló otro cachorro de color atigrado amarillo.

La gata parda suspiró. El corazón se le rompía a ver a sus dos pequeños cachorros rogándole que se quedara. Pero no podía. Tenía que salir de Maternidad.

-Lo siento, pequeños. Voy a salir un rato, pero no demoraré mucho. -maulló Pétalo Pardo, evitando llorar.

Sacudiendo los restos de musgo que quedaban en su pelaje, se levantó a duras penas. No muy lejos estaba el lecho de Penumbrosa, quien observaba preocupada la escena, con un cachorro de color gris recostado y durmiendo en su vientre.

-Mamá tiene que hacer algo muy importante. Si quieren pueden recostatse en mi lecho. -Invitó forzando una sonrisa la gata negra.

Pétalo Pardo lanzó una mirada de agradecimiento a la reina negra, antes de lamer con dulzura la cabeza de sus pequeños hijos. Ellos, tras recibir la caricia de su madre, la miraron con tristeza y se recostaron en el nido musgoso de Penumbrosa.

La joven reina se asomó entre unas matas de aulaga en la salida de la guarida, para observar el campamento. Todo estaba muy tranquilo, y solo se escuchaban los ronquidos de los agotados guerreros, que tras un gran día de trabajo, podían descansar.

Tras salir de Maternidad, un suave viento le recorrió la espalda, dándole un pequeño escalofrío. Intentando que nadie la viera, caminó como si acechara un conejo, con las orejas erguidas, atentas a cualquier ruido.

Por fín, después de largo rato caminando, llegó a la salida del campamento. Subiendo por la pendiente, se adentró en el pequeño bosque que rodeaba el campamento. Un olor reciente a gato penetró por su nariz: la patrulla nocturna. Pero de repente, sintió otro olor que la alarmó: Mininos domésticos. A pesar de que los gatos de compañia tenían la fama de ser tontos, ignorantes y flojos, en el Clan del Fuego no eran muy reconocidos de esa manera. En la última estación de la Hoja Nueva, donde Pétalo Pardo apenas era una aprendiza, un grupo de gatos domesticados entró en el campamento, robando una gran cantidad de presas; pero, afortunadamente, lograron expulsarlos antes de que robaran más. El pelaje de su cola se le erizó. ¿Eran los mismos felinps que ahora regresaban a robarles el alimento otra vez? Poco a poco, los pelos de la cola volvieron a su posición natural. El olor a minino doméstico pertenecía a Sammy, un nuevo guerrero del Clan del Fuego, que dejó atrás su vida fácil para vivir en un Clan.

Sintiendose algo tonta por su confusión, salió al páramo. Tomó una bocanada de aire. El aire era muy fresco. Tras mirar a ambos lados en busca de algún gato espiándola, comenzó a correr por el lugar seco, sintiendo viento en sus bigotes y libertad en sus patas. Le encantaba sentirse así.

Cuando se cansó, empezó a trotar. Sintió el dulce olor de un conejo, pero no le apetecía cazar. Acababa de llegar a su lugar secreto. Delante del gran arbusto solitario, se recostó en una lisa roca al nivel de la tierra. Cuando era una aprendiza, descubrió el lugar, y desde entonces, venía a visitarlo para observar y admirar las estrellas cada vez que tenía un problema; como hace un joven Líder con los Veteranos.

Los blancos destellos nocturnos brillanan con gran intensidad, como intentando consolarla. Los recuerdos de la batalla del otro día pasaron como un rayo por su mente: Aquel guerrero del Clan del Hielo, destrozando con una zarpa desenvainada el pecho de su amada pareja. Aún no podía creer que habia visto su último respiro. Aún no podía creer la escena de los Veteranos sacando su inerte cuerpo del campamento para enterrarlo. Aún no podía creer que jamás lo volvería a ver. Aún no podía creer que habia muerto. Sin darse cuenta, una lágrima llena de dolor y sufrimiento bajó por su mejilla, cayendo en la árida tierra del páramo.

De pronto, escuchó un sonido detrás de ella, y rápida como un trueno, se volteó con los pelos erizados, mostrando los dientes. Sin embargo, quien salió del arbusto no era quien esperaba ver. Su hermano, Mirada Dorada, la miraba parpadeando de impresión.

-¿¡Mirada Dorada?! ¿Como me encontraste? -dijo Pétalo Pardo.

-Hey, tranquila hermanita. -dijo el guerrero, poniendo su cola en su hombro- Eres mi única hermana de camada, te conozco bien. -añadió con un ronroneo.

La gata parda suspiró, y se volteó, haciéndose un ovillo en la fría roca, observando las estrellas.

Mirada Dorada se acostó al lado de Pétalo Pardo, demostrándole apoyo con su peluda cola sobre la espalda de la joven reina.

-Es por Manto de Chacal, ¿cierto? -dijo el guerrero atigrado con tristeza.

En ves de responder, Pétalo Pardo se echó a llorar, liberando el dolor que se había incrustado en su corazón.

-Se que duele, Pétalo Pardo, pero tienes que ser fuerte. Tienes dos cachorros de dos lunas, y tu deber es protegerlos. Ellos te necesitan. -maulló sabiamente Mirada Dorada- ¿Quieres que regresemos al campamento?

La reina sacudió su cabeza, aún tapandose la cara con una pata.

-Esta bien, yo regresaré. Pero prométeme que regresaras antes del alba.

-Lo prometo -dijo Pétalo Pardo, aún gimiendo.

Apenas escuchó los pasos de su hermano alejándose hacia la seguridad del campamento, alejó una pata de su cara, y aún con los ojos llorosos; observó las estrellas. En situaciones así le servía mucho verlas, era como si cada una fuera un gato que la consolara desde la oscuridad de la noche.

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Bueno, este es el primer capítulo. Espero que les haya gustado, pueden dejar sus opiniones en los comentarios :)

Los Gatos Guerreros: El Descubrimiento De Pétalo Pardo [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora