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Con renovada decisión, saltó sobre el lomo del caballo. New­market llegaría. Mientras tanto, tenía otros asuntos más acuciantes que atender. En cuanto regresara a la casa, escribiría una nota y ca­balgaría hasta el pueblo. Tenía que enviar recado al coronel Cox.

Debía descubrir qué le había ocurrido a Mary Goodhouse.

Las carreras de Newmarket no se parecían a las de Epsom, cuyo hi­pódromo estaba más cerca de Londres y al que lo más selecto de la sociedad acudía en notable cantidad.

Newmarket era una ciudad más provinciana y, aunque impor­tante centro de diversión, no poseía ni el exhibicionismo ni mucho menos la fanfarria que ofrecía Epsom..., aunque la población de aficionados a las carreras, trileros, vendedores de programas y pros­titutas era, como poco, igual de numerosa.

Los principales espectadores allí eran hombres y unas pocas mujeres con menos preocupaciones por las comodidades de la crea­ción que las damas de la ciudad. En Newmarket, las carreras se veían principalmente desde los carruajes, que se aparcaban a lo lar­go del perímetro de la pista de carreras. Ya estaban alineados allí. Algunos de sus ocupantes paseaban por los alrededores; otros extendían mantas sobre el césped, al lado de sus vehículos, sobre las que depositaban cestas con comida y botellones de vino. La tía Gabriella y su grupo no tardarían mucho en llegar para empezar las celebraciones del día.

Sin embargo, Lee había llegado mucho antes. Sabiendo que Ca­leb estaría allí y teniendo en cuenta lo que había ocurrido entre ellos la última vez que estuvieron juntos, le había costado Dios y ayuda decidirse a ir a Newmarket. Pero los purasangres de Parklands eran de su responsabilidad. Jimmy Murphy y los demás mozos de cuadra es­perarían verla, y ella no tenía ninguna intención de decepcionarlos; menos aún por culpa de Caleb Tanner.

Intentaba no pensar en los besos ardientes y en las caricias excitantes del prado. Si lo hacía, no sería capaz de enfrentarse a él. Lo cierto era que, en lugar de sentirse avergonzada, debería estar agradecida. Caleb le había dado a probar por primera vez la verda­dera pasión.

Por desgracia, cuando ya había conseguido atisbar el mundo del placer al que accedería en su decimonoveno cumpleaños, tenía más dudas que nunca. Había dejado que Caleb la besara y la tocara como ningún hombre lo había hecho antes, pero la idea de que otro y no él se tomara las mismas libertades le resultaba del todo repulsiva.

No lo entendía. Ninguna de las mujeres que conocía parecía te­ner semejante sentimiento. Sentían placer con quienquiera que desea­ran, y la exclusividad no era algo que tuvieran en consideración.

Por supuesto, tía Gabby estaba comprometida con lord Claymont, pero no siempre había sido así. En sus años más desenfrena­dos había tenido una buena cantidad de amantes. Quizás, en cierto sentido, Lee fuera diferente. En su fuero interno le preocupaba que pudiera ser así. Incluso si lo fuera no podía hacer nada para cambiar las cosas o alterar el curso de su destino.

Las caballerizas se alzaban ante ella, un gran edificio de piedra rodeado de patios y compartimientos para los caballos que bullía con el ajetreo de los mozos de cuadra, que se afanaban en terminar sus tareas, y los relinchos y resoplidos de los caballos. Vermillion se armó de valor ante el inevitable encuentro con Caleb y entró.

Él estaba allí, en uno de los compartimientos, cepillando a un gran castrado negro llamado Sentinel. Se volvió al verla acercarse, y el pulso de Lee aumentó vertiginosamente al darse cuenta. ¡Dios santo! Ese hombre podía hacer que el corazón se desbocara en su pecho con sólo mirarla.

—Buenos días —le dijo Caleb con indiferencia—. Veo que ha llega­do sin novedad.

Lee estudió el rostro de Caleb en un intento de localizar algún signo de enfado. Le había preocupado que pudiera burlarse de al­guna manera, pero la expresión de él era afable, incluso amistosa, como advirtió ella con no poco alivio, y no había nada en sus mo­dales que diera a entender la intimidad que habían compartido.

CAMINOS DEL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora