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Puede que él también le hubiera dado a Lee Durant parte de su alma.

A Caleb no le hizo mucha gracia la idea.

—Lo que ocurrió entre nosotros, Lee, fue especial. Nunca lo dudes.

Ella no respondió. Quizá no lo creía. Si él no volvía tal vez fuera mejor así.

—Dentro de menos de dos semanas —dijo Lee — va a cambiar toda mi vida.

«El día de su decimonoveno cumpleaños.» El pensamiento hizo que Caleb sintiera una presión en el pecho.

—Escúchame, Lee. No hay ley ni precepto alguno que diga que esa noche o cualquier otra tengas que escoger a un protector. No necesitas dinero. No tienes que invitar a Mondale ni a Nash ni a ningún otro a tu cama. No tienes por qué convertirte en Vermillion. Puedes seguir siendo como eres: simplemente Lee.

Ella levantó los ojos hacia él, y Caleb pudo ver el pesar reflejado en ellos.

—Tengo que hacerlo. Es la única manera. Mi tía ama su estilo de vida, Caleb. Le encantan las fiestas y la atención incesante. Se está haciendo mayor, su belleza se desvanece. Sé cuánto le preocupa eso y lo mucho que desea que las cosas sigan igual. Si me convierto en Vermillion, tía Gabriella podrá seguir viviendo por medio de mí.

—No le debes eso, Lee. Nadie le debe tanto a nadie.

—Te equivocas, se lo debo todo. Mi madre murió y me quedé completamente sola. Tenía cuatro años cuando la propietaria de la casa de campo en la que vivíamos me dejó en la inclusa. No sabes lo horrible que era aquel lugar..., nadie lo sabe. Caleb, nos pegaban por la menor infracción. Nos encerraban en la bodega, con las ratas, si hacíamos algo mal. No había mantas suficientes ni comida. Si tía Gabby no hubiera llegado..., si no me hubiera llevado a casa con ella, habría muerto en aquel lugar, sé que habría muerto. La quise en cuanto me levantó en brazos, y ella a mí. Haría lo que fuera por ella, Caleb. Cualquier cosa con tal de hacerla feliz.

—Háblale, Lee, cuéntale lo que sientes.

—¿Y cómo? Si ni siquiera estoy segura de mí. Tal vez ella tenga razón, quizá la libertad de una vida como la suya valga lo que cuesta.

Caleb no lo creía así. Ni por un instante.

—Puedes tener un marido, Lee, una familia. Eso es lo que desean todas las mujeres. No es justo que tengas que renunciar a esas cosas.

Lee lo miró fijamente a los ojos, y Caleb vio en ellos algo que no había visto antes.

—¿Es eso una proposición, Caleb? ¿Me estás pidiendo que me case contigo?

A Caleb se le hizo un nudo en el estómago al instante. Durante un rato muy largo se limitó a permanecer allí sentado. La idea del matrimonio nunca había entrado en sus pensamientos. Era Vermillion, una cortesana. Aunque después de la última noche, él, más que nadie, sabía que eso no era cierto.

Carraspeó para ganar tiempo mientras buscaba, a duras penas, algo que decir.

—¿Qué clase de vida tendrías con un hombre como yo?

Sabía que ella estaba pensando que se refería a la esposa de un caballerizo, pero Caleb estaba rememorando a un hombre dedicado a la guerra, a un hombre que no tardaría en volver a España.

La expresión de Lee cambió y pareció contraerse. Inclinó la cabeza y de su garganta salió una risilla.

—Menuda clase de vida, por supuesto. Desde luego nada que ver con aquella a la que estoy acostumbrada, eso sin duda. Eres un caballerizo. Un caballerizo no le pide a su patrona que se case con él, y aun si lo hiciera, bajo ningún concepto estaría bien visto casarse con uno de los criados.

CAMINOS DEL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora