Caleb se dirigió al pueblo de Parkwood a lomos de un gran castrado zaino llamado Duke. Hasta primeras horas de la tarde no surgió la ocasión de salir. El pueblo estaba bastante cerca, y a medida que se acercaba desde el sur podía divisar los techos y las chimeneas en la distancia. Adelantó a una carreta de heno, cuyo conductor lo saludó con la mano. El carro de un buhonero avanzaba delante de él haciendo un ruido sordo; la carga que transportaba tintineaba mientras el vehículo se hundía y balanceaba tras el burro que tiraba de ella con gran esfuerzo, pero Caleb apenas si se percató.
Se dirigió al otro lado del pueblo, a la casa de Cyrus Swift, el platero que le llevaba los mensajes a Londres. El que tenía que entregar ese día trataba sobre Vermillion.
Desde que la había despertado de un profundo sueño acurrucada junto a él, Caleb no había sido capaz de dejar de pensar en ella. Había repasado una y otra vez la noche que habían compartido; jamás la olvidaría, pues en nada se había parecido a lo que él podría haber imaginado. Cuando tiró de las riendas para dirigir el caballo hacia el callejón que conducía a la casa del platero, una cosa tenía clara: Vermillion no había estado vendiendo su cuerpo para conseguir información.
Hasta la noche anterior había sido virgen.
El pensamiento hizo que diversas y diferentes emociones se filtraran en su ánimo, ninguna de las cuales acabó de comprender por completo. Su deseo hacia ella no había disminuido, tal y como había creído que sucedería. Por el contrario, cada vez que se acordaba del pequeño cuerpo de Lee acogiendo dulcemente su verga volvía a tener una erección. La deseaba aún más que antes, y los pensamientos acerca de su inminente cumpleaños, sabiendo que planeaba entregarse a otro hombre, le oprimían el pecho como un peso aplastante.
No estaba seguro de lo que pretendía hacer, pero dejar que otro hombre la tocara, que le hiciera el amor como él se lo había hecho, era algo que se negaba a permitir. Tenía que hacer algo para cambiar el rumbo de los acontecimientos que estaban a punto de desencadenarse, y creyó que tal vez había encontrado la manera.
Entró a caballo en el patio de la casa encalada y con el techo de paja del platero y desmontó del zaino. Las jardineras abandonadas y los hierbajos que crecían entre los ladrillos del camino que conducía a la entrada conferían al lugar un aspecto triste. Golpeó la puerta de madera sin dejar de pensar en su plan y, sabiendo lo mucho que tenía que perder si se equivocaba, esperó que su instinto estuviera en lo cierto acerca de Lee Durant.
También era consciente de lo mucho que tenía que perder Inglaterra.
—¡Capitán Tanner! Entre, por favor. —Cyrus Swift era un hombre menudo de huesos finos y rasgos delicados. Tenía el pelo tan plateado como los objetos que creaba, y su sonrisa era sincera y siempre afectuosa por demás —. Me alegro de verlo. ¿Puedo ofrecerle un vaso de sidra o tal vez un poco de vino de saúco?
Caleb negó con la cabeza.
—No, gracias, señor. No puedo quedarme mucho tiempo. He dicho que tenía que hacer un recado en el pueblo, pero esperan que vuelva pronto.
Swift asintió con la cabeza, aunque Caleb se dio cuenta de que al hombre le habría gustado la compañía.
—Pase, pues.
Swift le señaló el salón, una pieza otrora acogedora y cuidada, con fundas sobre los sofás y cortinas de volantes en las ventanas. Pero la señora Swift había pasado a mejor vida el año anterior, y los primeros indicios de que allí vivía un hombre solo empezaban a hacerse evidentes.
Un montón de periódicos viejos estaba apilado al azar sobre una mesa, cerca de la chimenea. Las cortinas estaban sueltas, y las alfombras pedían a gritos una buena sacudida. Un servicio de té de plata, hecho por Swift, descansaba sobre un carrito, pero las piezas estaban deslustradas.

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CAMINOS DEL CORAZÓN
RomanceVermillion Lee Durant es una joven seductora dispuesta a permanecer leal al destino para el que ha nacido. Pero para el capitán Caleb Tanner, un oficial británico que persigue a un espía de los franceses, puede que sea algo mas que una joven coquet...