—¡Ni se atreva! —aulló Lee, lo que paralizó la mano de Caleb en el aire—. ¡Ta... ta... tarado! ¡Zopenco descarado!
Por encima del hombro alcanzó a ver la mirada de estupefacción que se dibujó en el bello rostro de Caleb.
—¿Qué demonios...? —exclamó él.
—¡Bájeme ahora mismo!
El caballo se agitó bajo ellos, pero Tanner, que no hizo ademán alguno de soltarla, se limitó a mirarla de hito en hito como si no la hubiera visto nunca.
—¿Ha oído lo que he dicho? ¡Bájeme! —ordenó Lee.
Caleb la incorporó de un tirón, tan rápidamente que la trenza de ella, que ya estaba suelta, se deshizo por completo. Lo siguiente que la joven supo fue que se encontraba de pie, al lado del caballo zaino, con el largo pelo rizado cayéndole por los hombros, y que Caleb Tanner, tras haber desmontado del caballo, se volvía hacia ella con una expresión en el rostro tan sombría como un nubarrón.
El malhumor de Lee se acrecentó.
—¿Por qué me estaba siguiendo? ¿A qué cree que estaba jugando?
Unos ojos castaños y duros se clavaron en su cara.
—Pensé que era un ladrón.
—¡Un ladrón!
—Así es. Cuando entré en la cuadra, Coeur había desaparecido. Vi que se alejaba sobre él a todo galope, atravesando los campos como una lunática, y pensé que intentaba robarlo.
Lee sintió la mirada de Caleb en su rostro; estaba observando cada detalle de su cara lavada y sin maquillaje, desde el rosa natural de sus labios, las pecas que poblaban la nariz y que el polvo de arroz solía cubrir, hasta el intenso rubor de las mejillas.
Algo cambió en la expresión del hombre y parte de la dureza de su mirada desapareció.
—Pensaba que era un muchacho.
Lee levantó la barbilla; le habría gustado medir treinta centímetros más durante un instante o dos.
—Bien, no soy un ladrón ni un muchacho.
La mirada de Caleb bajó por el cuerpo de la muchacha y se demoró en los pantalones de montar que tan bien se le ceñían a las piernas y las nalgas. Se le curvaron los labios en una sonrisa insolente, y Lee supo que él estaba pensando en cuando la había tenido sobre sus muslos y le había propinado en el culo aquellos dolorosos azotes.
—Ya me he dado cuenta —dijo Caleb.
Lee volvió a ponerse como la grana. No lograba adivinar cómo el caballerizo conseguía que se sonrojara, cuando no había ningún otro hombre capaz de lograrlo.
—El caballo es mío, y puedo hacer con él lo que me plazca; como también lo son el resto de los animales del establo. Cabalgo todas las mañanas y seguiré haciéndolo, tanto si le satisface como si no.
Caleb hizo una pequeña reverencia con la cabeza, pero el brillo burlón de su mirada no desapareció.
—Lo que usted diga, señorita Durant.
—No voy a consentir ninguna insolencia del hombre al que doy trabajo. Debería despedirlo por lo que ha hecho —dijo la joven.
La expresión de Caleb permanecía inescrutable, pero ella creyó captar un atisbo de inquietud en la mirada del hombre.
—Sólo quería que no perdiera el caballo —dijo él.
—Eso lo entiendo. —Lee suspiró—. Admitiré que parece injusto despedir a un hombre por hacer su trabajo, incluso poniéndose en riesgo al hacerlo. Si yo hubiera sido un ladrón, usted podría haber resultado herido o, incluso, haber muerto.

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CAMINOS DEL CORAZÓN
RomanceVermillion Lee Durant es una joven seductora dispuesta a permanecer leal al destino para el que ha nacido. Pero para el capitán Caleb Tanner, un oficial británico que persigue a un espía de los franceses, puede que sea algo mas que una joven coquet...