En mi niñez amaba los dulces, como todo infante común, los caramelos de fresa eran mis favoritos, los destapaba e iban directo a mi boquita, mientras arrojaba el envoltorio en el piso. Mi madre solía decirme que debía guardarlo hasta encontrar un cesto de basura, el lugar adecuado para desecharlo. Los envoltorios son basura cuando han perdido el contenido.
Vi a mi niño quedarse profundamente dormido, creí que podría saber qué soñaba, pero no fue así. Sólo entonces, volví a casa.
Eran las 11:46 y en mi casa había más gente de la que recordaba haber dejado allí, había una camioneta y tres hombres uniformados, por un momento me pregunté qué estaba pasando, pero caí en cuenta de mi estupidez. Ya había sucedido: yo había muerto.
Los hombres uniformados trabajaban para la morgue. Después del llanto y la conmoción, después de haber enterado a mi hermana y quizá a los familiares más cercanos, habían llamado a la morgue para que buscase mi cuerpo.
Mi madre estaba en su cuarto acostada y con el rostro hinchado, el dolor profundo no se había marchado, el vacío en su corazón seguía sin llenarse. Mi padre estaba sentado en la sala, serio, casi sin lágrimas, se sentía realmente confundido, no hallaba qué hacer porque no comprendía lo que ocurría. Mi doctor, en cambio, era quien hablaba con los hombres que fueron a buscar mi dañado envoltorio.
Ese gran doctor. Él había detectado mi cáncer, aún recordaba ese día. Había estado en el colegio, practicando una coreografía que presentaríamos en un gran espectáculo, por el inicio de clases.
Siempre he sido torpe al moverme, mis brazos y piernas jamás se ponían de acuerdo con mi cerebro, así que no fue sorpresa la caída que tuve. No logré colocar las manos al frente, y después del tropiezo, quedó aplastado mi pecho contra el suelo. Me ayudaron a levantarme y estuvimos riendo un tiempo de eso, aún en las semanas siguientes, pero estuve quejándome de un dolor fuerte en el pecho y mi padre me llevó a realizarme los exámenes adecuados, por si no habíamos notado una fractura. Parecía una idea ridícula, pero el destino estableció que así se darían cuenta del tumor que crecía en mi corazón.
-Rabdomiosarcoma cardíaco, es el cáncer de corazón más común en los niños- de esa manera explicaba el doctor a mi padre cuando le daba la noticia - Los síntomas coinciden, la tos, el dolor del pecho, la dificultad de respiración. Tu corazón te estaba alertando.- ya habíamos observado la mancha en la placa de mi pecho y mi padre aún no estaba convencido. Se enfureció con aquel hombre, por su "incompetencia" y acudimos a múltiples doctores por más opiniones. Estaba confirmado, tenía cáncer.
Ese buen hombre nos recibió de nuevo, nos explicó los riesgos que suponían un cáncer cardíaco. La quimioterapia y radioterapia no eran recomendados, porque podrían complicar la situación, la única opción favorable sería un trasplante.
Este maravilloso hombre había trabajado por mi salud, quizá porque para eso le pagaban mis padres, pero la verdad era que hacía todo lo posible por agradarme en cada proceso, por hacer que, cualquiera que fuese mi último día, fuese feliz.
Gracias a cada uno de los doctores que entregan su vida a su trabajo, gracias por esta pequeña representación de ellos, por su dosis de sonrisa diaria, que cada día sembraba en mí un poquito de esperanza.

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Déjame Ir
Novela Juvenil¿Te imaginas poder sentir lo que otros sienten, e incluso pensar lo que piensan? Yo puedo hacerlo, lo había deseado tantas veces, pero ahora que puedo, creo que no me hubiese gustado haberlo hecho en vida. Hace tres días que mis signos vitales desap...