Camuflaje vanidoso

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Nunca fui amante del maquillaje. Mi hermana solía usarme de modelo y me obligaba a llevar siempre el labial conmigo, me arreglaba para cada evento al que podíamos asistir y se molestaba mucho cuando me negaba a usarlo. Lo mío siempre fue la pintura, el maquillaje era lo de ella.

La imagen de mi padre me abruma, es menos triste observar mi cuerpo, descansado en una tabla, siendo preparado por un hombre, para el velorio.

Mi hermana se encontraba allí, observando de lejos, se había encargado de los preparativos necesarios para esa noche. Ya todo estaba listo y no pudo evitar acercarse a ese lugar. Ya había tenido contacto con otros cuerpos, debido a sus estudios en medicina. No sentía repugnancia; yo en su lugar, estaría lo más lejos posible, pero éramos muy diferentes y ella era capaz de soportarlo.

Sabía que había pasado toda la noche llorando, lo notaba en sus ojos, siempre se le hinchaban de esa manera. Ese día, temprano, había tomado el primer autobús para volver a casa.

Podía sentir una melancolía extraña, no era igual que cuando se fue de casa o cuando la dejaba algún novio. Me sentía sola, mi compañera de habitación y travesuras, ya no compartiría más conmigo. Ella misma trataba de analizar el sentimiento, veía mi cuerpo fijamente y le costaba creer lo que sucedía, su hermanita ya estaba lejos y no volvería. Ya no charlarían cada fin de semana después de su vuelta, ya no la ayudaría a estudiar para los exámenes, ni le haría preguntas triviales o fastidiaría con su agudo canto; ni siquiera sería de nuevo su modelo al maquillar, ya que aquel hombre era hoy quien la asistía.

Un extraño era dueño de mi imagen, un individuo que ni siquiera sabría si me gustaba lo que hacía, que desconocía mi color favorito y lo intolerante que era hacia el olor de algunos productos. Y mi hermana estaba allí, la única que había soportado cada una de mis quejas al sentarme en su silla rotatoria, la única que jamás pintaría mis labios de colores fríos ni usaría demasiado rubor en mis mejillas. Eran aquellos solo pequeños detalles que probaban lo mucho que había conocido de mí, de lo poco que no había logrado entender.

Una lágrima se extendió por su rostro y la sensación que me invadió fue terrible, sentía que se había caído un trozo de su alma. Era su soledad que la inundaba. Podía tolerar el acercamiento hacia un cuerpo frío y deshabitado, pero no podía encararse con el sentimiento de pérdida que se avecinaba. Su llanto ganó la batalla y se retiró de aquel lugar.

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