Cada quien sufre a su manera, yo te elegi a ti.

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Abrí mis ojos sintiéndolos pesados; los párpados no querían siquiera moverse, pero la luz daba directo a mi rostro. Dormirme de nuevo ya ni siquiera parecía algo posible.

No recordaba a qué hora había llegado a casa de mis "padres", aunque en realidad no eran mis padres; era así como llamaba también al señor y señora Marsh, quienes en realidad eran mis tíos.

Olía a panqueques y huevos, sin mencionar el aroma del café recién preparado. Ellos vivían algo lejos de donde estaba mi departamento. Yo vivo en Manhattan, 434 W 47th St Nueva York. ¡Así es! Soy un chico de la gran ciudad. Mi hogar estaba en un edificio departamental no muy lejano de Central Park, y así había sido desde que había estudiado en la universidad, hace  más de 3 años.

Antes de Manhattan, yo vivía en Denver, Colorado, con mis padres y mi hermana. Justo ahora estaba en Hoboken, olvidándome solo por un par de minutos de mi vida y mi propio negocio, cosa que nunca antes había hecho.

—¡Hey, imbécil, a levantarse! — me llamó una voz que conocía muy bien. Él era "mi padrino", el hombre que me estaba preparando mi despedida de soltero, el sujeto más odioso y confiable que yo conocía.

—Stanley... Cierra tu puta boca, ¿qué haces aquí? Pensé que vivías en Brooklyn. ¿Ya te corrió tu amiguito? — comenté suspirando mientras él solo reía. — ¿Qué es tan gracioso? ¿Tengo algo en el rostro?.

—¡No! ¡Nada! Aparte de esa cara de "trapearon el piso conmigo" no tienes nada. Solo me imaginaba qué mierda era tan importante para que te separaras de tu pequeño cobayo — comentó refiriéndose a Tweek, ya que era un pequeño apodo que yo le había dado hace algún tiempo. — Nuestros padres me llamaron en la madrugada para saber qué había pasado, me dijeron que llegaste con los ojos hinchados y que lo primero que hiciste fue llorar en los brazos de mamá.

—Joder, qué puta suerte la mía. ¿Tan patético me veía que te llamaron a ti? — cuestioné a mi primo mientras él se encogía de hombros y torcía su labio hacia la izquierda. Me senté en el borde de la cama y pasé mi mano por el cabello, solo para acomodar un poco mi melena alborotada

—¿Qué pasó, "Fucker"? Tú no eres así, llevo mucho tiempo conociéndote como para saber que nada en este planeta te había hecho llorar, y menos de ese modo — comentó mientras me veía atentamente, como si él pudiera leer mi mente y saber lo que pasaba por ella. — ¿sabes que estoy aquí para cuando me necesites verdad?.

Y aunque yo no lo quisiera, en ese momento agaché la cabeza, y  negué un par de veces suspirando. No creía que él lo entendiera tan rápido, es de las personas que creen que todo tiene solución, incluso en su vieja relación había aguantado gritos y peleas sin sentido por permanecer a lado de ella. Sin embargo, de inmediato se quedó callado. Sabía que algo andaba mal, eso era obvio. Yo no solía escapar de los problemas que tenía con Tweek y mucho menos dejar la cafetería. Siempre estaba ahí, de 7 de la mañana a las 8 de la tarde. Había renunciado a muchas cosas por estar junto a el, y una de ellas había sido la escuela de medicina. La verdad no me arrepentía, le había encontrado el gusto y la pasión a las artes culinarias, pero justo ahora me daba coraje, el solo pensar en lo que pudo ser, aún si ya no tenia caso.

—como sea, si no quieres decirme aun esta bien, pero apúrate,  Mamá ya preparó el desayuno, ¿vas a querer leche o café? — preguntó con clara intención de molestarme, fingiendo inocencia  mientras yo solo volteaba la mirada.

—leche, dile a mamá que bajo enseguida — respondí con el ceño fruncido.

En el desayuno, todos estaban callados. Nadie quería preguntar, pero todos querían saber, y esa sensación de incertidumbre que ellos tenían en su mirada me estaba molestando. Sin mencionar que parecía una escena de película de los años setenta. La radio sonaba, mamá estaba preparando el desayuno, mientras papá resolvía el crucigrama de la semana con una taza de café a lado y los dos hijos estábamos comiendo panques con huevos revueltos bañados en maple.

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