Los Duendes: Seres traviesos... y pesados

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El señor Thompson vivía en la misma casa en la que había nacido. Tenía 52 años y llevaba toda la vida aguantando las travesuras de un duende caprichoso y burlón. Todos los días, desde la mañana a la noche, debía soportar las gamberradas de aquella diminuta criatura empeñada en bailar, cantar, mover los muebles de sitio y arrastrar cadenas por toda la casa. Y éstas eran solo algunas de sus bromas.
El señor Thompson ya no sabía qué hacer. Había intentado por todos los medios deshacerse de él. Incluso, una vez, le pidió a un exorcista que lo ayudara. Pero ni aún así se marchó el duende.
Un buen día, al señor Thompson le hablaron de un brujo que conocía las costumbres de todas las criaturas mágicas del mundo, y se le ocurrió contratar sus servicios. Durante tres semanas estuvo rebuscando el brujo por toda la casa, hasta que encontró un viejo relicario escondido en un rincón. Según el brujo, los duendes viven apegados a un objeto de la casa sin el que no saben vivir, así que basta con alejar este objeto para dejar también a su duende, de modo que se llevó el relicario y lo escondió en el bosque, y aquel mismo día desapareció el problema.
Sin embargo, al poco tiempo el señor Thompson le pidió al brujo que le devolviera el relicario. Le habían bastado unos pocos días para darse cuenta de lo solo que se encontraba en aquella casa, y de que ya no sabría vivir sin el duende que le había acompañado durante toda su vida.

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