Los Kobolde: Genios domésticos

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Hace muchos años, dos viejitos suizos se jubilaron y compraron una casita en el campo. Querían pasar sus últimos años en un pueblo perdido, después de toda una vida en la ciudad. Pero ocurrió que la primera noche oyeron un ruido extraño en la casa y creyeron que había ratones, así que pusieron cepos por todas partes y en cada cepo un trocito de queso.

A la mañana siguiente descubrieron que el queso había desaparecido, pero las trampas no tenían nada.

-Estos ratones son los más listos que he visto en mi vida -dijo el anciano-. Tendremos que estar alerta si queremos cogerlos.

Aquella noche decidieron no dormir para ver de dónde salían, pero lo que descubrieron fue otra cosa. De repente, salió de un jarrón que había en el suelo un kobolde viejísimo y arrugado que les dio la bienvenida. Estaba gordo como una patata y andaba muy despacio, pero todavía conservaba una boca enorme y unos ojos muy pequeños y sonrientes. Los dos ancianos no sabían qué decir, así que fue el kobolde quien comenzó a hablar. Les contó que llevaba viviendo en esa casa cientos de años, y que había visto a familias enteras pasar por allí, pero que ahora estaba muy solo. Les dijo que ya estaba retirado y que le quedaban muy pocos años de vida, y les pidió por favor que no lo echaran de allí, porque quería morir en el lugar donde siempre había jugado.

A los ancianos les pareció muy razonable la petición del kobolde, así que se hicieron amigos y vivieron juntos hasta el final, recordando cada noche lo que habían hecho en la vida. 

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