Los Faunos: genios bondadosos del bosque

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Todos los días una joven pastora atravesaba la montaña en compañía de su rebaño. Conocía cada piedra, cada gruta, cada riachuelo, por eso no se preocupaba cuando tenía que cruzar la zona más oscura y tenebrosa del bosque. Hacía varios años que la joven realizaba la misma actividad, y cualquiera habría dicho que su vida era muy aburrida, pero ella sabía disfrutar del silencio de la montaña, de la paz del camino y de la alegría de los animales. 

Una mañana la joven pastora comenzó a notar que unos ojos la espiaban. De pronto, en uno de sus giros, pudo ver una rápida sombra que se ocultaba detrás de un árbol. La muchacha no lo había visto bien, pero estaba segura de que se trataba de algún pastor. 

-No te escondas -gritó la muchacha-. Te he visto antes. Sé que estás ahí.

Pero cuando el pastor que ella creía haber visto salió de su escondrijo, resultó que no se trataba de una persona, sino de un ser bastante extraño. De cintura para arriba tenía la apariencia de un muchacho, incluso podría decirse que era guapo, pero de cintura para abajo se le descubrían unas horrendas patas de cabra con las que se movía de un modo ridículo. La pastora soltó una fuerte carcajada y el extraño ser se escondió avergonzado.

-Perdona -le dijo la pastora-, no tenía que haberme reído. Acompáñame si quieres y ayúdame con las ovejas.

Pues sabía la pastora que un fauno nunca podría hacerle daño. 

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