Isaac Lahey |Teen Wolf|

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Es una suerte que sea invierno.

Su mano se estrelló contra mi rostro con fuerza. Pude sentir sus uñas rasgarme la mejilla y luego choqué contra la pared.

—Repítelo, repítelo si te atreves —dijo con una voz gutural—. Vamos, hace un momento eras más valiente, Giulianna.

Miro al piso respirando hondo, no separo los labios, siquiera me muevo. Puedo sentir la respiración de mi tía junto a mí, puedo sentir el odio que emana de su cuerpo. Hace unos momentos le eché en cara que mi tío murió gracias a que ella lo volvía loco, no pude contenerme, estaba furiosa y olvidé que ella... tenía la mano pesada.

—No olvides quién manda aquí, niña —pisa mi mano y suelto un grito de dolor—. Ya no está tío Rob para cuidarte.

Tiemblo y me inclino aún más esperando que deje de pisarme la mano. Ella lo hace, no sin antes apretar con más fuerza. Se me caen las lágrimas mientras abrazo mi mano al pecho.

—El señor Davis llega en unos minutos, no quiero que bajes por ninguna razón. Tienes la cara hecha mierda y así no pueden verte.

Se aleja, sus pasos retumban a medida que se acerca a su cuarto. Yo espero unos segundos antes de levantarme con dificultad y dirigirme a mi cuarto.

Cierro la puerta con mi cuerpo, me recuesto en ella mientras intento sollozar lo más bajito posible. Antes no habría llorado así. Porque tío Rob estaba siempre para mí, para curarme y defenderme. No importaba que haya pasado diez años en esa casa donde mi tía me tiraba de los pelos y me estrellaba contra la pared, donde mi pobre y cobarde tío sólo era capaz de curarme los cortes y darme palabras de aliento. Después de todo, ella sólo nos inculcaba terror a ambos y éramos incapaces de hacer algo al respecto.

Toqué mi nariz y noté el pequeño hilo de sangre que emanaba de ella. Hice una mueca antes de dirigirme al escritorio y tomar algo de papel para limpiarme.

Hace dos semanas yo era feliz. Entonces tío Rob había llegado un día, dando animados pasos y tomando mis manos para decirme que íbamos a salir de esa casa. Él me pareció tan valiente por primera vez, incluso un tanto loco teniendo en cuenta que desde que quedé huérfana y él se casó con tía Lina, ella ha sido quien nos mantiene. Pero él decía que ya estaba todo preparado, que tenía algo de dinero ahorrado. No lo pude creer. Era demasiado bueno para ser verdad.

Días más tarde él tendría su primera caída. Semanas después ya estaría tieso en una cama de hospital. Luego de tres infartos, él se fue. Tenía problemas cardíacos y una especie de anemia horrenda de la que nunca nos enteramos porque tía Lina decía que no hacía falta ir al médico.

Miro la marca del zapato en mi mano y noto que eso estará ahí durante mucho tiempo. Recordándome que no debo abrir la boca otra vez. Que la maldita tía Lina siempre podrá controlarme, que ella siempre estará por encima de mí. Me producía rabia, sí, pero no era la suficiente para dejar de ser una cobarde.

El señor Davis, el hombre del seguro, llegó a casa. Lo supe porque vi su caro auto estacionar ante el viejo Mercedes de tía Lina. Esperé a que él pasara para poder salir por la ventana. Agradecía que la casa sólo sea de dos pisos... y yo duermo en el primero.

¿Qué haría yo a las ocho de la noche por las calles de Beacon Hills? A una fiesta no iría, porque no tengo amigos de los que van a fiestas, esos son caros y tengo la cara llena de rasguños en este momento. Tampoco al hospital, eso traería muchas preguntas que no soy capaz de responder. Iría a la policía si no fuese cobarde. Fue por todo eso que terminé colándome al cementerio de Beacon.

El frío era tal que podía ver mi respiración mientras jadeaba buscando la tumba de mi tío. Quedaba casi al otro lado pero no me importaba, necesitaba estar con él... Al menos cerca de su cuerpo.

Tropecé tontamente cuando quedaban pocos metros para llegar. Mi rodilla se cortó con una roca y gemí de dolor. No bastaba con la golpiza de tía Lina, tenía que caerme en medio del cementerio.

— ¿Hay alguien ahí? —dijo la voz de un chico, me quedé estática en el suelo—. No deberías estar aquí.

Levanté la mirada y la luz de una linterna me dio de lleno en los ojos. Parpadeo con dolor unos momentos mientras me incorporo con dificultad.

— ¿Giulianna McGregor? —suelta el chico, indeciso.

—Sí —murmuro intentando taparme la cara—. ¿Podrías apuntar a otro lado?

—Claro —dice avergonzado y al fin deja de iluminar mi rostro.

Entonces puedo distinguir a un compañero de clase.

— ¿Isaac? —asiente—. Uh, hola.

—Hola —corresponde igual de incómodo que yo—. ¿Qué haces aquí?

—Tú qué haces aquí —evado tontamente su pregunta.

—Trabajo —responde señalando hacia una excavadora.

Lindo, pienso. Noche, cavar tumbas. Debe ser de lo mejor.

— ¿Tú? —me vuelvo a él, perdida—. ¿Por qué estás paseando por el cementerio a éstas horas? Para más en invierno.

—Quería... Quería visitar a mi tío —confieso bajando la cabeza—. ¿Estoy en problemas?

Pasan unos segundos, él no habla, por lo tanto alzo la mirada.

—No, no... Sólo que sería mejor si lo visitaras de día.

—De día no me dejan... —comienzo a decir y poco a poco mi voz se apaga, se me cierra la garganta, no soy capaz de confesar que mi tía no quiere que visite la tumba de tío Rob.

Con su mirada me invita a seguir. Tímidamente camino hacia la tumba de mi tío y me siento ante la lápida. La leo una y otra vez, Isaac se sienta a mi lado. Estamos en silencio unos minutos hasta que decido hablarle. A pesar de que apenas hablamos en el colegio se siente normal tener una conversación con él.

Entonces siento que me quedo sin tiempo y declaro que debo irme. Estaba alejándome cuando él me habló.

—Usa guantes, y últimamente todos usan tapabocas.

Volteo confundida. Él guarda sus manos en los bolsillos.

—Los guantes y el tapabocas van a taparlas —sigue con cautela, entonces recuerdo mis heridas—. Vendrá una ola de frío y la gripe tomó fuerza ahora, nadie te juzgará por usarlos.

Comprendo sus palabras, se me llenan de lágrimas los ojos. Asiento siendo incapaz de hablarle.

—Es una suerte que sea invierno —murmura, pero gracias al silencio sepulcral logró escucharlo.

Tomo aire —Tú podrías usar unas bufandas —balbuceo refiriéndome a las marcas en su cuello, ignorando el ligero moretón en su mandíbula.

En acto reflejo él se lleva una mano al cuello con expresión ausente.

—Buena idea.

—Agradezcamos al invierno —le sonrío ligeramente y retrocedo—. Buenas noches, Isaac.

—Buenas noches, Giuli

Versatiles One Shots.Where stories live. Discover now