Capítulo 4. Inesperado

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Edward

Me estaba empezando a entrar sueño pero me obligaba a atender a la carretera que tenía ante mis ojos. Paré un momento y miré que tenía tres llamadas perdidas de mi madre y que era la una y media de la madrugada. Llamé a Tanya.

-Hola rebelde, ¿cómo te va en tu escapada?

-No tan bien como debería. Estoy algo aburrido pero no te llamaba por eso.-Destapé una de las cervezas que me había comprado en la gasolinera.-¿Has llamado a mis padres?

-Sí.

-Pues mi madre me ha llamado tres veces.

-¿Y por qué no se lo coges?

-Estoy en carretera guapa, no puedo, además de que no me entero.

-Yo hablé ya con ellos, quizás Esme solo quiere saber cómo estás.

-A veces me pregunto por qué se preocupan tanto por mí.

-Edward, son tus padres, es normal.

-Tendré que creérmelo.

-¿Dónde estás?

-En la salida de Dakota del Sur.

-¡Pero bueno! Edward, este ataque de rebeldía te ha dado fuerte, vas a llegar a Minnesota.

-Lo sé. No te preocupes, llamaré a mis padres en unas horas.

-Vale, ten mucho cuidado.

-Adiós.

Colgué y guardé el móvil. Una vez me terminé la cerveza me monté y volví a arrancar. Subí la velocidad a los cien por hora y entonces la moto se descontroló. Grité. Las ruedas no me respondían. Fui a parar al espeso bosque que había a un lado de la carretera, un fuerte golpe en la cabeza me hizo verlo todo negro. Había perdido el conocimiento.

Bella

La gente prudente y sensata se quedaría en el coche encerrada con llave y esperaría a que amaneciese para buscar ayuda, pero como yo no tenía prudencia, sensatez y mucho menos ganas de dormir en el arcén de una carretera alejada de la mano de Dios, había decidido caminar hasta la gasolinera más cercana. Y aquí me encuentro, a medianoche con una navaja multiusos como única arma, cortesía de Charlie en mi quince cumpleaños según él para “protegerme de los maleducados”, en medio de una carretera entre los estados de Dakota del Sur y Minnesota. Esperaba no tener que utilizar la navaja porque no me veía capaz de llegar hasta ese extremo.

No hacía demasiado frío, la fina chaquetilla que llevaba puesta me bastaba para protegerme de ello. Había dejado todo en el coche, a excepción de mi móvil, mi “arma”, y el dinero, las tres cosas guardadas en mis bolsillos. Avanzaba con paso ligero entre la oscuridad abrazándome a mí misma.

Me asusté cuando las luces de los faros de un coche me alumbraron desde atrás, apenas duraron tres segundos iluminándome el camino, los conductores iban con la música muy alta, gritando y a juzgar por cómo pasaron a mi lado, a más de ciento veinte por hora.

Negué con la cabeza por dos razones totalmente distintas. La primera porque eran unos irresponsables y podrían matarse. La segunda por que esa era una de las cosas que en Forks no iba a poder hacer: divertirme. Suspiré pesadamente. El camino se me estaba haciendo muy largo y me estaba haciendo pensar cosas que no me apetecía pensar. Ya había decidido y no iba a cambiar ahora de opinión, cuando ya estaba a mitad de camino de Washington.

****

Cuando casi estaba decidida a renunciar y sentarme a los pies de la espesura del bosque que había a mi derecha, vi una señal de tráfico. Me faltaban siete kilómetros y eran las dos de la mañana. Me dolían las piernas a horrores por la velocidad que llevaba y estaba empezando a hartarme de andar y andar. Decidí pararme diez minutos a descansar, pero no iba a meterme en la espesura, ve a saber qué habría entre tanto matorral junto, así que me senté, con el dolor de mi alma por ensuciarme los vaqueros nuevos, en el arcén de la carretera.

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