Capítulo 28. Imbécil y cobarde

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Edward

Silencio. Las olas rompiendo contra las rocas era el único sonido que mis oídos podían captar, aparte, claro, del acelerado pulso de mi corazón, que palpitaba embravecido en busca de una respuesta. Ella había agachado la cabeza, no podía mirarme porque eso le dolía, pero ya era hora de que ella sufriera. Yo ya me había arrastrado lo suficiente por todos esos años. Había ido a casa de Charlie, le había pedido que me dijera dónde estaba ella, había intentado contactarla con sus amigos, y no conseguí nada. Eso lo que provocó fue mi frustración.

-Dímelo, mírame a los ojos y dime que no significo nada para ti-me miraba, pero no hablaba-, dime que no me amas y entonces te dejaré ir.

-No puedo hacer eso-musitó en un hilo de voz, fruncí los labios y me retiré un poco. No podía negarlo y sin embargo tampoco iba a admitirlo.

-¿Sabes qué pasa?-le dije-, que yo ya me harté de esperarte, estoy cansado de buscarte y recibir siempre fracasos a cambio-me alejé de ella, esto era por el bien de los dos, me repetí a mi mismo mentalmente. Me di la vuelta y emprendí la marcha hacia mi moto, pero antes me quedaba una sola cosa que decir, así que la miré por el rabillo del ojo sin girarme del todo, las lágrimas caían de ellos sin cesar ¿pero acaso importaba ya?-y lo que más me duele es que se que aun me amas, pero no te atreves a admitirlo.

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El estrepitoso ruido de unos cubiertos contra el fregadero me sobresaltó, miré hacia la cocina y vi a Nadine, con una cara de enfado impresionante, un brazo en jarra y el otro sobre la encimera.

-¿Has escuchado lo que te he dicho?-m había pillado.

-Em… Sí, claro.

-Oh, ¿También la parte en que te dije que me iba a teñir el pelo de verde?

-¡Ni se te ocurra hacerlo!

Suspiró frustrada y se sentó en la silla que se encontraba al lado de mí.

-Edward, ¿qué te pasa?

-Nada, no me pasa nada.

-No me lo niegues más, hace días que estás muy raro, pensativo… No me haces caso cuando te hablo, hasta te estás yendo pronto de la oficina y no me esperas para acompañarme a mi coche como siempre. Nuestra relación parecía más seria cuando éramos amigos con derecho a roce.

-Lo siento Nadine-me lamenté, ella no habló, a la espera de una explicación.- Han sucedido algunas cosas con Bella-me sinceré-, pero ya está solucionado.

-Pues no lo parece. Edward, yo acepté ser tu novia, y un noviazgo implica confianza y fidelidad… ¿qué ha pasado con Bella?

-No te he sido infiel, Nadine-y era cierto-, con Bella solo han sido unas palabras, le reproché por no haberme dicho que tenía una hija pero nada más. Entre ella y yo ya no hay ni puede haber nada más allá de Chloé.

La rubia asintió, sospeché que no muy conforme pero no me echó en cara nada más. Por la noche, Nadine se quedó a dormir en mi casa, y mientras ella estaba sumida en un sueño profundo, yo tuve que levantarme y salir al balcón a tomar aire. Era verdad lo que había dicho: entre Bella y yo no podía suceder nada más allá de que tuviésemos una hija. Más que nada, porque no quería admitir que seguía sintiendo cosas por mí… Y porque yo ya me había cansado de sufrir y sufrir por ella.

Cuando volvió a Forkss, a decir verdad yo me engañaba diciendo que ya no la amaba, que sólo quería ver a mi hija y pasar tiempo con la niña. Pero muy en el fondo también estaba el hecho de que, por increíble que pareciese, seguía queriéndola después de tanto tiempo sin verla. Sin embargo, ahora tenía la oportunidad que me brindaba una maravillosa mujer, y esta vez no iba a desaprovecharla. Nadine iba a conseguir sacarme a Bella de la cabeza sí o sí.

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