Capítulo 4: Espejos

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—Vamos a la feria —llegó Elizabeth con pasitos saltarines hasta Angel, dándole un beso en la mejilla, al salir de la prepa. Sentía que en su última visita no logró disfrutar como quería y debía ir de nuevo antes de que la feria se fuera.

—¿Quieres ir otra vez? —sonrió, respondiéndole con un beso en los labios.

—Cuando fui con Ale y Karla olvidé tomar fotografías y tu prometiste que irías conmigo. Ya se va a quitar, así que debemos ir pronto, por favor —rogó mirándolo tiernamente, con la esperanza de que su novio aceptara.

—Sabes que no puedo negarte nada —contestó ante su petición, quitándole la mochila para llevarla en su hombro.

—Eres un ángel —le agradeció tomándolo del rostro, para besarlo en compensación.



El día de independencia quedó atrás y pese a eso dentro de la feria seguía el ambiente festivo. Los antojitos mexicanos y el aroma a dulce de leche seguían siendo las principales atracciones y tras terminarse ambos, Elizabeth caminó del brazo de su novio con su estómago lleno y una sonrisa en su cara. Dentro del lugar la gente seguía portando la vestimenta típica y cada hora se presentaban danzas alusivas a los diferentes estados. México sin duda se caracterizaba por ser un país rico en cultura, gastronomía y gente amable por doquier. La chica esta vez se aseguró de llevar su cámara y no dudó en capturar cada hermoso detalle. Estando ahí no podía evitar sentirse como una niña pequeña, correteando para hacer fila en las atracciones mecánicas, arrastrando a Angel de juego en juego. Se divirtió como nunca subiéndose a cada uno y ganando un libro y una pluma antigua en el juego de las canicas. Dejaron lo más especial para el final, reservando como último destino la rueda de la fortuna, siendo la atracción favorita de las parejas.

—Amor mira. Desde aquí puedo ver mi casa —Elizabeth presumió, señalando el lugar a lo lejos cuando se encontraban en lo más alto de la rueda. Las luces resaltaban en la ciudad, acompañando los grandes edificios que la rodeaban, haciéndola ver de una belleza inigualable y no dudó en sacar una buena foto. El viento soplaba levemente despeinándolos a su paso y provocando que la esfera en la que se encontraban se moviera de tanto en tanto.

—¿Me la prestas? —pidió Angel, tomando la cámara que colgaba del cuello de la chica, acomodándose a su lado para tomarse una fotografía juntos, mientras ambos sonreían a la lente.

—Salimos bien —dijo Elizabeth mirando la miniatura—. Ahora una de ti solo —apuntó la cámara hacia él, que se acomodó en el asiento del frente y volteó ligeramente a un lado, mostrando un rostro serio, en su intento de parecer fotogénico.

—¿Me veo bien? —bromeó mirando al horizonte.

—Muy guapo —le contestó su novia, revisando el par de fotos que le tomó. Se concentró en esos ojos celestes que tan expresivos miraban en dirección contraria a la cámara, fingiendo no darse cuenta de que le tomaban la foto, rematando con un gesto serio que lo hacían ver más que atractivo. Estaba loca por ese hombre. Lo amaba.

Bajaron de la rueda con sonrisas picaras, tomados de la mano, buscando en donde refugiarse de la lluvia que apenas se presentaba. Algunos corrían con ellos, mientras otros seguían por la feria como si nada, incluso había quienes no abandonaron la pista de baile a pesar del clima. La chica sonrió pensando lo mucho que debían estarse divirtiendo como para no importarles en absoluto la lluvia. Hubiera deseado hacer lo mismo, pero si llegaba empapada a su casa su mamá la regañaría hasta entrada la madrugada y probablemente pescaría un resfriado.

Corrieron hasta un lugar cuyo letrero anunciaba "Casa de los espejos", pareciendo tenebroso al contar con una entrada en forma de boca de payaso que sonreía animadamente, invitando a las personas a entrar. Mostrando al vigilante sus brazaletes ya mojados para resguardarse de la lluvia que parecía arreciar.

Cautivada por el ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora