Capítulo 10: Las intenciones de Gabriel

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El demonio recorría los interminables pasillos, a paso lento. Sumergido en sus pensamientos. El castillo era una enorme fortaleza en la que a paso humano terminaría de explorar no antes de 3 días. Su mente estaba ocupada pensando en el cuidado y educación de su humana. Faltaban pocos días para el Samhain y quedaba tanto por enseñarle.

"¿Merodeando por ahí, Gabe? ¿Por qué tan lejos de tu humana?" escuchó una voz burlona en su cabeza, en su idioma natal. Aimé, su hermana mayor, poseía el don de la telepatía, entre muchos otros y era el que más gustaba de utilizar.

Como todos los demonios, podía manifestarse de la nada, apareciendo de repente, frente a Gabriel, al salir de una ventana de humo. Mostró una sonrisa triunfal, jugueteando con su liso cabello rubio. Aparentando desinterés, en su mirada rojiza.

—Aimé, que gusto verte —saludó con sarcasmo—. ¿A qué debo el honor de tu tiempo? —No la soportaba, considerándola una zorra irritable.

Envidiaba la buena relación que tenía con su padre, algo que para él era imposible. Como hija favorita y primogénita, le correspondería heredar el trono de su padre, pero en el inframundo se estipulaba que ninguna mujer podía heredar, únicamente los hijos varones tenían el privilegio y él era el segundo en la línea de sucesión, siendo el legítimo heredero de todas las legiones de Astaroth. Para su desgracia Demian, su hermano menor, existía y tenía el favor de su padre para ocupar su lugar.

—Quiero conocerla —exigió en un tono que dejaba claro que no estaba a discusión, mostrando una malévola sonrisa en ese hermoso rostro, posicionando una mano en la cintura. Su postura siempre era tan propia, mostrando a simple vista que era superior a todos a su alrededor. La princesa Aimé, primogénita del gran Astaroth.

—No aun —le advirtió, pensando que por más aislada que la tuviera, le sería imposible mantenerla alejada de la vista de su familia por mucho tiempo—. La conocerás en la ceremonia —dijo tajante. Aimé borró su sonrisa, alzando una de sus cejas con incredulidad, acostumbrada a nunca recibir un no por respuesta. Era una mujer decidida y de carácter. Acostumbraba a tener a todos a sus pies con una sola mirada y que su hermano le negara un capricho, no era algo que dejaría pasar.

—¿La estas protegiendo? —se burló—. No esperaba menos de ti, Gabriel. Eres patético —reprochó con la clara intención de molestarlo.

—Esa humana me llevara al trono —contraataco. Su hermana se cruzó de brazos, afectada por sus palabras. Nacer mujer se convirtió en su maldición y que le recalcaran que jamás podría tener el control absoluto, la enfurecía. Atacaban su fibra más sensible.

—Es pronto para regocijarse. Aun te falta lo más importante.

—Preñarla será fácil —sonrió de solo imaginarlo.

—Falta que sobreviva hasta entonces —la sonrisa en su rostro no auguraba nada bueno. Era una señal de guerra, una advertencia.

—Ponle un dedo encima y no dudare en asesinarte —la estrepitosa risa de Aimé se hizo escuchar en todo el corredor.

—Te reto a hacerlo —le dedicó una última mirada altiva, antes de disiparse entre neblina, desapareciendo de su vista.

Los demonios no podían matarse unos a otros a su antojo y su hermana estaba confiada en que Gabriel no tenía el arma adecuada para hacerlo. Esa estaca llevaba perdida desde el inicio de los días, llegando a considerarse entre los propios demonios como una simple leyenda.


La luz de velas parecía nunca extinguirse en ese lugar. Elizabeth miraba con atención las extrañas llamas, que seguían vivaces sin derretir la parafina. Esa magia la tenía fascinada, todo en ese lugar la tomaba por sorpresa.

Cautivada por el ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora