Capítulo 20: Primer abrazo

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—¿Intentaste escapar? —preguntó el demonio apenas vio despertar a la chica. Su tono era muy distinto al que ella pensaba escuchar, cuando formulara esa pregunta. Esperaba enojo de su parte, no duda, pero claro... no tendría mucho sentido escapar si todo ese tiempo se sacrificó para mantener al ángel a salvo.

Ella permanecía acostada, dándole la espalda. Su cabello seguía ligeramente húmedo después de un baño, en donde no pudo evitar tallarse a profundidad, dejando su piel más adolorida de lo que ya estaba. Una lagrima resbaló por su mejilla, cayendo silenciosamente a la almohada. El dolor seguía ahí, recordándole su tortura y las manos marcadas en sus brazos y cuello, no le permitían olvidar lo sucedido. Su rostro seguía hinchado y la herida en su pómulo derecho le impedía abrir su ojo por completo. No quería volver a verse en ningún espejo nunca más.

Jamás pensaría en escapar dejando a su ángel en ese lugar, por más que eso la consumiera. No podía ser tan egoísta y que Gabriel lo creyera le sorprendía.

—Lo siento —susurró con la voz rota. ¿Qué más podría hacer? Desmentir a Cedric no le traería nada bueno. Prefería ser castigada por un falso intento de escape, que arriesgarse a que Cedric cumpliera sus amenazas si lo delataba.

Gabriel no tenía idea de lo que Cedric hizo, pero conocía a su amigo y entendía que Elizabeth necesitara tiempo para recomponerse a lo que sea que le haya hecho. El resto del día la dejo dormir tranquila, concentrándose en sus propios problemas. Por fin su mansión estaba lista para ser habitada, tras semanas de espera. Afortunadamente sus hermanos no estaban tan pendientes de su humana, como para notar los pequeños cambios, como su pequeño vientre abultado y ese brillo en su mirada. No sabía con certeza que era, pero se notaba distinta a esa chiquilla que llegó en octubre.

Por horas se sentó a mirarla, sin volver a cuestionarla, hundido en sus pensamientos. Un leve sonido se presentó en la habitación. Extrañado, el demonio se levantó de su lugar, sentándose al lado de Elizabeth, que permanecía dormida. Gabriel concentró toda su atención al vientre de la chica, mirando su piel bajo la tela transparente de su vestido. Ahí estaba de nuevo el sonido, dándose paso al mundo, notándose apenas los primeros latidos del feto.

Ella no pudo escucharlo, era un sonido tan bajo que ningún humano podría oírlo por sí mismo.

El demonio no podía dejar de ver el estómago de su humana. Una sensación de sorpresa y jubilo, lo invadió al escucharlo por segunda vez. Al fin estaba pasando, tras años de espera les demostraría a todos de lo era capaz. Les mostraría a sus hermanos y su padre que lo habían subestimado al verlo como el ser más inferior en la familia. Su familia... debían irse de esa casa lo más pronto posible. Ahora cualquier demonio podría escuchar esos latidos. Era hora de mudarse.



—¡No puedo! —Gritó, alejándose de los besos de Gabriel y cerró los ojos con fuerza intentando no llorar. Últimamente era lo que más hacia y lo detestaba. Si seguía así, el demonio no tardaría en descubrirla, pero es que no sabía cómo dejaría que un hombre volviera a tocarla. Simplemente no podía. Entraba en pánico cada que él la besaba, perdiendo el control cuando intentaba algo más.

—Han pasado dos días —reclamó por lo bajo. Su tono era una mezcla de desesperación y rabia. La atrajo nuevamente a sus brazos, ignorando la agitación de la chica.

"No es lo suficiente" —pensó ella, intentando empujarlo.

—Lo siento —contestó sin dejar de luchar. Gabriel por fin la soltó, aceptando su derrota, por ahora. Elizabeth limpió sus ojos, sin permitir que la viera derramas una sola lagrima.

Cautivada por el ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora