Capítulo 31: Su voz

3.7K 284 14
                                    

Elizabeth gateó lentamente, con todo su cuerpo adolorido y sin parar de llorar, siguiendo los pasos de Cedric por el pasillo. Para ese entonces la pobre había perdido ya la noción del tiempo. Estaba segura de que el demonio la llevaba a una de las habitaciones para hacerle daño. Lo supo desde el momento en que llegó a su celda lamiéndose los labios, sin apiadarse de ella al verla tiritar de miedo en un rincón, mostrándole una malévola sonrisa.

—Ya casi llegamos —cantó Cedric, divertido ante los cada vez más lentos pasos de su nuevo juguete.

Este ultimo se detuvo a los pocos minutos delante de una puerta como cualquier otra, en el área de huéspedes.

La chica no se atrevió a levantar la mirada, augurando que apenas se avecinaba lo peor. Cubrió con sus manos liberadas su torso, negándose a dar un solo paso más.

Cedric abrió la puerta, esperando que la chica entrara, pero ella solo se quedó ahí afuera, petrificada, con la mirada pegada al suelo. Lejos de impacientarse, al demonio le divertía lo mucho que la humana le temía. Sonrió disfrutando cada temblor y cada latido desbocado. Fragmentarla era su propósito y a ese paso, estaba cerca de logarlo.

Por fin Elizabeth pudo avanzar, poniendo una mano delante de la otra con extrema lentitud. Se sentía debilitada y con su muñeca rota se le seguía dificultando gatear.

—Levántate —le ordenó el castaño al entrar detrás de ella.

La chica dio un salto involuntario cuando la puerta se cerró con fuerza, provocando un sonido sordo que retumbo en sus oídos, los cuales cubrió brevemente antes de apoyarse en la pared para poder ponerse de pie. Debía obedecer por mas que le doliera hacerlo. Sus mejillas se tiñeron de rojo al verse desnuda y se cubrió lo mas que pudo con sus manos, intentando jorobarse para procurar no ser vista en su totalidad. Quería voltear de frente a la pared, pero sabía que recibiría un severo castigo si se atrevía a hacerlo.

—¿Qué te he dicho sobre ocultarte de mí? —preguntó tomándola por el mentón.

La chica bajó sus brazos lentamente, sin dejar de temblar por su cercanía. Sintió el aliento del demonio cuando sonrió ante su reacción. Disfrutando de la escena, Cedric por fin la tomó del cabello, arrojándola a la cama.

—¡No! —gritó asustada mientras lloraba— ¡no, por favor! —suplicó, escondiendo el rostro en la almohada, dándole la espalda.

Una melodía estridente rompió con la tensión. Elizabeth levantó el rostro buscando el sonido, encontrándose con un celular en las manos de Cedric, quien mostró un gesto de desagrado antes de aceptar la llamada.

—Hermano, ¿Cómo te ha ido? —dijo hipócritamente en su idioma natal, contestando la llamada de Gabriel.

—¿Cómo está ella? —fue directo a preguntar lo que en verdad le interesaba.

—Yo también estoy bien, gracias por preguntar —contestó sarcásticamente—. Elizabeth ha mejorado —la chica volteó al celular esperanzada cuando distinguió su nombre—, deberías verla ahora, tan obediente... —Cedric le lanzó una mirada lasciva, recorriendo su cuerpo desnudo, mientras mordía ligeramente su labio.

Elizabeth quiso desviar la mirada, pero simplemente no pudo despegar la vista de sus peligrosos ojos anaranjados. Estaba asustada y no podía parar de llorar. Tenia la certeza de que, al colgar, se abalanzaría sobre ella para lastimarla.

—Pásamela —exigió Gabriel.

Cedric no dijo nada y solo se acercó a la chica, con un dedo cubriendo de forma vertical sus labios, indicándole que se callara. Ella solo asintió asustada y el demonio le entregó el celular. La chica se sentó en la cama, con la mirada pegada al suelo y colocó la bocina en su oído, haciéndolo con desconfianza, sin atreverse a hablar.

Cautivada por el ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora