Capítulo 26: Venganza

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—No me digas que no se lo has dicho —. La voz de Cedric denotaba fingida sorpresa, mientras mantenía una conversación en su idioma natal con Gabriel.

—Despertó apenas hace una semana, no quiero alterarla de ninguna forma —confesó, terminando de beber su última dotación de sangre fresca, directo del empaque de plástico.

Su amigo lo miraba con repugnancia. La sangre humana le parecía sucia, viniendo de lo que él consideraba un ser tan inferior. Coincidía en el término de que los vampiros estaban malditos, al estar destinados a tener que alimentarse algo tan asqueroso. Como demonio, agradecía no tener que recurrir a esa fuente de alimentación tan vergonzosa.

—Sabe mejor de lo que se ve —aseguró Gabriel, notando la expresión de su acompañante, conociendo muy bien su opinión sobre la inferioridad humana—. Después de probar una Bombay no volverías a despreciar la sangre.

Cedric hizo una mueca, volteando en dirección contraria e intentando retomar el tema: —¿Cuándo piensas decirle que se quedara a mi cuidado?

—Mañana.



—¿Regresaras pronto? —Elizabeth insistió con la misma pregunta por quinta vez.

Caminaba por los pasillos del brazo del demonio, terminando de acostumbrarse a usar sus piernas nuevamente. Lo que más le dolió de la situación, fue que no consiguió recuperarse en el plazo impuesto por su captor, para poder ver a su ángel. Estaba desesperada por saber de él y como Gabriel no se le despegaba desde que despertó, no tuvo oportunidad de mandar alguna carta o siquiera hablar con Giselle, a pesar de haberla visto ya tres veces.

—Depende cual sea tu definición de pronto —su respuesta fue dada aun sin lograr perder la paciencia, pese a la insistencia de la humana.

—No quiero quedarme aquí sola —se sinceró. Ella misma se sorprendió de habérselo dicho.

—No lo harás —la chica se frenó al escucharlo, subiendo la mirada, aguardando su respuesta—. En mi familia desconocen de tu estado, pero aun así no puedo arriesgarme a dejarte aquí sin protección y que puedan hacerte daño. Cedric se quedará a cuidarte.

El agarré de la humana se aflojó alrededor de su brazo, separándose escasos centímetros de él, con la mirada perdida y en estado de shock.

¿Qué? —susurró en un tono apenas audible, sintiendo el pasillo moverse a su alrededor.

Gabriel notó como la chica se alejó de él, elevando los brazos en dirección a la pared, en un intento de sostenerse, al tiempo que perdía el equilibrio. La cargó en ambos brazos, consiente del mareo que sufrió y en un parpadeo ya la estaba bajando en el sillón del cuarto.

—¿Estas bien? —preguntó con real interés, notándola pálida.

En la mente de Elizabeth mil imágenes daban vueltas, provocándole migraña. Levantó las manos para tallarse los ojos y descubrió que estaba temblando.

No —dijo mas para sí misma que como respuesta a su acompañante. — No él.

—No confío en nadie mas que pueda cuidar de ti —intentó explicarse.

—Él me hizo daño —levantó la cara, buscando los ojos del demonio mientras las lágrimas escapaban de los suyos.

—Sé lo que pasó entre ustedes —la chica pensó que en realidad no tenía idea de lo que estaba diciendo — y no se volverá repetir. Tiene prohibido molestarte. —Intentó animarla, sin darse cuenta de que la pobre chica estaba devastada.

Cautivada por el ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora