Capítulo 27: Grilletes

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Para cuando llegó al calabozo, siendo arrastrada por Cedric, Aniel ya había sido fuertemente torturado. El alma abandonó el cuerpo de Elizabeth al encontrar al amor de su vida atado a un poste, cubiertos de sangre y con la espalda destrozada. Parecía a punto de sumirse en la inconsciencia.

—¡No! —el grito desgarrador escapó de su garganta, removiéndose bajo el agarre de Cedric. Quería detener a Gabriel, pero su captor no la dejó avanzar un solo paso, sujetándola con firmeza.

Sus mejillas se vieron agarradas con fuerza, obligándola a mantener su vista fija en dirección al ángel.

—¿No vas a saludar a tu novio? —la voz de Cedric fue alegre, taladrando en los oídos de Gabriel al escuchar su frase. Elizabeth decidió ignorarlo, con el corazón a mil por hora, no podía pensar en nada mas que no fuera hacer que soltaran a Aniel.

—¡Ya déjalo! —le gritó a Gabriel, rogando que se detuviera.

El demonio soltó al ángel, dejándolo caer al suelo, yendo ahora por la chica. Al llegar con ella la tomó fuertemente del cabello, indicándole a su amigo con la mirada que se hiciera cargo del esclavo.

Cedric obedeció, esta vez encantado. Arrastró al ángel un par de metros, manteniéndolo boca abajo y pisando su espalda sin piedad, para inmovilizarlo cuando lo alejó lo suficiente como para que no se interpusiera y al mismo tiempo, que pudiera ser consciente de lo que ocurriría. Su risa cantarina se hizo presente. Parecía ser el único que disfrutaba de la situación y no se molestó en disimularlo.

Gabriel miró con profunda rabia a la chica, quien le regresó una mirada arrepentida. Incapaz de contener su coraje la llevó hasta el poste, sujetándole ambas muñecas con unos grilletes que colgaban por encima de su cabeza, permitiéndole apenas mantenerse de puntillas.

Elizabeth no era tonta y sabía lo que pasaría a continuación. Tomó una gran respiración, intentando que su cuerpo no temblara de miedo y pegó su frente a la vieja madera, sin dejar de llorar. Pensó que fue una estúpida al creer que no seria descubierta.

Su cuerpo se estremeció, asustada al sentir su ropa siendo rasgada con fuerza, dejando su espalda al descubierto. La vergüenza y el miedo la invadieron, al tiempo que un terrible dolor impactaba en su piel, sin siquiera darle tiempo de procesar la situación. El grito de dolor pudo ser escuchado en cada rincón del calabozo. La chica se encorvó al sentir el impacto, perforando su piel. Instintivamente se removió, buscando la forma de huir, sabiendo muy bien que era imposible. El segundo golpe en su espalda volvió a tomarla desprevenida, haciéndole gritar nuevamente, sintiendo su piel arder bajo el impacto. La sangre escurrió de entre sus heridas, tibia contra su piel desnuda, abriéndose paso con lentitud. La respiración se le aceleró aceptando un tercer golpe que le hizo cerrar sus manos en puños, encorvándose de nuevo al soltar todo el aire en sus pulmones.

Cada golpe era peor que el anterior. Le quemaba en la piel rasgada, torturándola.

—Fue idea mía —soltó Aniel, en voz apenas entendible—. No la lastimes —rogó, sin aliento.

La chica lloró, sintiendo el corazón roto. Cerró los ojos con fuerza, rogando a Dios que terminara pronto y mordiendo su labio inferior con más fuerza de la necesaria, haciéndolo sangrar. No quería gritar para no preocupar a su ángel. Intentó aguantar su dolor en silencio lo más que pudo, hasta sentir su cuerpo pesado y que sus piernas flaquearan, haciendo que los grilletes fuertemente apretados a sus muñecas fueran lo único que la sostenían en pie. En algún momento dejó de contar los golpes, sintiéndose cada vez más débil. El dolor era tanto que en algún momento incluso sintió que dejó de sentirlo. Su espalda terminó adormecida.

—Está embarazada —la voz de Aniel fue suplicante, recordándole al demonio lo que por un momento la ira le hizo olvidar.

Gabriel pareció reaccionar y tras un último y feroz golpe, decidió soltarla.

Cautivada por el ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora