Capítulo 18: Caja musical

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Invierno

Giselle colocó la bandeja de comida sobre la cama, al lado de la chica que, acostada en el suelo, mantenía la vista fija en el candil que colgaba del techo.

Elizabeth pensaba en todo y a la vez en nada, respirando con pesadez, acostumbrándose aun al corsé que, hasta hace poco, empezó a utilizar. No quería levantarse de ahí. Extrañaba su vida. Quería volver a ser la chica común que salía con su cámara en busca de una buena locación, cada que se aburria como ahora. No sabía con exactitud cuando tiempo llevaba atrapada en esa habitación, pero estaba segura de que algunos meses habían pasado ya y el sentimiento de ansiedad se hacía cada vez más grande en su pecho. En su mente se veía corriendo de un lado a otro, golpeando las paredes y gritando por ayuda, destrozando todo a su paso y prendiendo fuego a cada vestido, cada joya... y, sobre todo, a esa maldita cama, cómplice de sus más grandes pecados. Si fuera más fuerte y si tan solo tuviera el poder, lo reduciría todo a cenizas, en un intento de mitigar su frustración.

Miraba el fuego danzar sobre las velas, anhelando aquello que sabría, jamás conseguiría; su libertad. Rodó sobre el suelo, apoyando su cuerpo a un costado, para mirar de frente al espejo, que reflejaba su triste realidad. No le sorprendía en absoluto encontrar el color purpura bajo sus ojos, enmarcando el ámbar de su mirada. Seguía procurando mantenerse despierta el mayor tiempo posible y sentía que su cuerpo ya no soportaría por mucho tiempo más. Tampoco le sorprendió ver la palidez que mostraba ahora su piel. Su semblante parecía el de una persona enferma. Estaba cansada. Cansada de no dormir, de no salir de aquel cuarto, de seguir ordenes todo el tiempo y de su vida. Estaba agotada de ya no ser ella misma y de intentar mantenerse fuerte todo el tiempo.

Desde la noticia del embarazo, su apetito parecía haberla abandonado y por el abultamiento de su panza, ya habían pasado varias semanas desde aquello. Sospechaba que el motivo del uso del corsé no se debía solo a las constantes fiestas a las que se veía forzada a acudir, sino que era para ocultar el ligero crecimiento en su vientre. Tocó su diminuta barriga a través de las capas de tela. Ya no había más dudas sobre su estado. Estaba embarazada y si no fuera por el corsé, más de uno ya se hubiera dado cuenta.

—¿Señorita? —la llamó Giselle con cautela, al no saber quién podría estar escuchando tras las paredes.

Elizabeth volteó a verla, tomando la mano que extendía en su dirección, apoyándose en ella para ponerse de pie. El maldito corsé le ajustaba tanto que mantenía su espalda erguida, dificultándole algo tan simple, como pararse por ella misma. Al ver la comida se preguntó cómo es que probaría bocado llevando puesto algo así.

—No tengo hambre —se limitó a decir, sentándose al lado de la bandeja.

—Tienes que comer, sino es por ti, hazlo por él —dijo en reproché, señalándole el vientre a la chica.

—Lo intentaré —contestó resignada. Muchas veces se olvidaba que al malpasarse ya no solo sería ella, sino también el ser que crecía en su interior.

—¿Tu tuviste hijos? —preguntó sin pensar, sorprendiendo a Giselle, que apenas sacaba una carta de su delantal.

—Eso fue hace mucho tiempo —se limitó a contestar, no queriendo seguir el hilo de la conversación y le entregó la hoja doblada.

Elizabeth entendió que no quería hablar del tema y sintiéndose culpable por incomodarla, solo asintió con la cabeza, tomando la carta, para concentrarse en ella.

Hola, amor.

Sé que no hace mucho tuve noticias de ti, pero ya te extraño. Han pasado semanas y aun así no puedo sacar de mi mente el beso que me diste y el recuerdo del calor de tu piel.

Cautivada por el ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora