Prefacio

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Sus frías manos se aferraron a los troncos de los árboles una vez más, al tiempo que soltaba un suspiro lastimero, apoyando su hombro en la húmeda madera para mantenerse de pie. Elizabeth estaba sin aliento, con su frente sudorosa, pese a la baja temperatura que la rodeaba, sintiendo su cuerpo tiritar descontrolado cada que el viento la castigaba impactando sin piedad su piel desnuda. Por un momento se abrazó a sí misma, buscando el tan anhelado calor que la torturaba con su ausencia. La gélida temperatura de la madrugada no ayudaba a su propósito. Necesitaba llegar al pueblo, rápido. Con eso en mente se atrevió a dar otro paso, sabiendo que probablemente volvería a caerse y aunque así fuera, no estaba dispuesta a rendirse. Caminó dando pasos temblorosos, ignorando el dolor y la pesadez de su cuerpo suplicante, implorándole que se detuviera.

¿Cómo llegué aquí?

Conocía bien la respuesta a tan absurda pregunta. Un vaivén de malas decisiones la llevaron justo ahí, en lo profundo del bosque, intentando con desesperación salvar su vida.

Sorbió su nariz por décima vez, sintiendo su llanto retenido quemar en la garganta, presas de su impotencia al no haber sido capaz de proteger a los que amaba, dejando que la culpa la invadiera cuando los recuerdos la golpearon con fuerza.

Paso a paso siguió andando, entre las hojas secas y maleza, cubiertas por el rocío de la noche, lastimando las plantas de sus pies, aunque eso era lo último que le importaba en ese momento. Tras el maltrato vivido en sus últimos meses, un par de piedras enterradas entre sus dedos eran la menor de sus preocupaciones.

Con la mente ocupada apenas pudo distinguir la tenue lucecita a la lejanía, indicándole el final de la meta. Al sentir la esperanza renovándose en su pecho, no pudo evitar que un gemido se le escapara y sus ojos se volvieran borrosos guardando las lágrimas que tanto intentaba evitar. Por primera vez en mucho tiempo pudo respirar de verdad, hinchando sus pulmones en un intento por calmarse. Su mirada se iluminó con el pensamiento de que estaría viva un día mas para poder ver el sol salir y se permitió sonreír, saboreando su pequeño triunfo. Casi de inmediato recibió un golpe de realidad recordándose a sí misma que, aunque ganara esa pequeña batalla, la guerra seguía en pie y su captor encontraría otra forma para lastimarla. La traicionera lagrima cayó al suelo sin anunciarse, saliendo con tanta fuerza que un par más la siguieron.

Ahí de pie y con la mirada perdida, intentó recordar el momento exacto en que su vida empezó a desmoronarse y no pudo evitar comenzar por sus pesadillas...

Cautivada por el ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora