02 | Disfrazando el miedo

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Las últimas hojas de otoño cayeron sobre las calles tapizadas ya por plantas secas, el color opaco y casi oscuro creó una especie de alfombra entre caminos silenciosos

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Las últimas hojas de otoño cayeron sobre las calles tapizadas ya por plantas secas, el color opaco y casi oscuro creó una especie de alfombra entre caminos silenciosos. El sol había salido hace unos minutos coloreando el espacio, días como este solían diferenciar el sentido de mi existencia, en ocasiones mis pensamientos divagaban demasiado.

     Soplidos de viento aminoraron la marcha. Parecía a simple vista una mañana tranquila, ignorante al rastro húmedo de electricidad en mi cuerpo.

     Habían pasado unos días desde el suceso del parque, que en realidad no tuvo acercamiento alguno. La inquietud seguía ahí, atacándome cuando era debido.

     Respiré tranquilamente, aspirando el dulce aroma a tierra mojada que se concentró en los bordes de la acera. La correa del maletín sujeta a mi hombro, hería ligeramente la piel debajo de mi sudadera. Sobre mi mano un vaso de café previamente comprado ardía recordándome mi incesante paranoia.

     Observé un momento el cielo azul puro, era extraño notar un color tan intensamente limpio en una ciudad acostumbrada al ajetreo laboral. Supongo que era el beneficio exclusivo de caminar por el desierto urbano en un día tranquilo. Las ideas permanecían dentro de mi cabeza, pero esa misma molestia se transformaba en un tipo de mantra que me ayudaba a pensar, analizar. Quizá por una vez debería hacerle caso a mi corazón.

     Ann avanzaba a mi lado prestándole atención a su celular, tan atenta al aparato y a las obvias notificaciones que provocaban ruidos armoniosos al llegar. Seguramente una página nueva de novedades musicales.

     Mientras el camino se hacía corto el nerviosismo explotó dentro de mi ser, perturbando mi tranquilidad y estado animado. La idea emotiva de ir a la universidad empezó a volverse desganada e insoportable. El miedo quiso alojarse y le dejé invadirme.

     Estructuras de edificios altos se elevaron frente a nosotros en el momento que llegamos. Una gran cúpula de tamaño exagerado brillaba reflejada por grandes ventanales, y los paneles de cristal ocupaban el techo. Posicionados a los costados del camino, pequeños árboles y arbustos de color café por el otoño, danzaron motivados por el viento. Un pequeño puente unía las facultades distribuidas a lo largo de calles. Y, por último, un largo pasillo se veía a través de la ancha puerta extendida en la entrada. Mi corazón estaba encogido después de apreciar la intimidante imagen del recinto.

     La Universidad de Columbia Británica recibió nuestros gestos de asombro. Se percibía la esencia del oeste de Vancouver, cerca de West Point Grey.

     Me encontré cohibido.

     —Estoy segura de que ahora mismo tu cabeza es un caos de ideas, como la mayoría del tiempo —aseguró Ann moviendo la cabeza en mi dirección.

     Solté un suspiro exasperado. A veces resultaba aterrador que me conociera de esa manera.

     —Las ideas siempre son un caos ­―solté volteando a mirarla―. Más cuando siguen dando vueltas en mi cabeza.

Más allá de tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora