En la cima de una arboleda, el resplandor de una nueva esperanza elevó mis ilusiones a un punto inconsciente.
Detrás de troncos de tenaz estructura la luz del atardecer filtró su fina manta de rayos cálidos, justo cuando llegábamos a nuestro destino. Una luz agonizante, y distante como pocas.
Observé tanto como pude, perdido en las ideas que lograban su cometido en mi cabeza. Divagando en mis pensamientos las nubes encaminaron otro rumbo, distintas y libres, con la convicción suficiente. Mi mirada admiró el pequeño camino rural que daba a la ciudad más cercana, mientras viajábamos aprecié la división entre un escondite y la sociedad.
Fue inevitable pensar que este lugar era el santuario del amor que su tío le tenía a otro hombre. Quizá el miedo dominante los alcanzó, tal vez le dolía amar, sufría pensando en el futuro.
No estábamos muy lejos de ser parecidos.
El lugar del que hablaba el castaño se encontraba en Valemount, donde al parecer su tío tenía una propiedad a su nombre que nadie, incluso su hermano había podido reclamar. Sin embargo, las llaves estuvieron en manos del padre de Jordán, desde la muerte del dueño.
Árboles de distintos tamaños decoraban el paisaje a niveles rústicos, así como la estructura hogareña que simulaba una cabaña. Flores silvestres rodeaban la vivienda, eran escasas por el invierno que hace días había llegado y pensaba quedarse.
El aroma a roble inundó mis sentidos aún atolondrados por su presencia.
Me abracé a mí mismo, protegiéndome del frío, y volteé en su dirección.
El cabello dorado caía despreocupado sobre la acendrada piel, y una sonrisa adornaba el rostro de mi adonis. La luz golpeaba su rostro, adornaba su perfil en medio de destellos. Su mirada lucía viva, encendida. Mirarlo así, siendo él, me volvía agradecido. En sus manos había dejado mi corazón, y no estaba arrepentido.
Amarlo de alguna manera me estaba convirtiendo en una persona más fuerte.
Jordán tenía en sus manos dos maletas, demostrando que el peso le preocupaba en lo más mínimo. Nada había sido improvisado. Esto era parte de un plan que conllevaba suspicacia y determinación. No pude evitar que mis ojos se fijaran en las venas que se marcaban alrededor de sus brazos musculosos, y recordé lo que vivimos unos días atrás en la penumbra de mi recámara.
Lo miré ilusionado, enamorado. Mi corazón palpitaba con fuerza en el pecho, tan cansado de emociones reales.
Esto era lo que temía que pasara, amarlo de una manera desatada. Mis ideas gobernaban como siempre, impacientes. El simple pensamiento de perderlo rompía mis esquemas, lo necesitaba más que el aire y si lo perdía sería imposible seguir, un suplicio que cargaría eternamente.
ESTÁS LEYENDO
Más allá de tu mirada
RomansaUna mirada es suficiente para demostrar amor, escondido en la sombra del prejuicio. Este gesto encierra eternidades; algunas escondidas y otras más libres. Byron sabía perfectamente que enamorarse no era un juego, esperaba a su otra mitad con e...