12 | Beso con sabor a lágrimas

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Cuando era pequeño tenía vértigo a las alturas, y a los insectos, un ardor concentrado en mi subconsciente

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Cuando era pequeño tenía vértigo a las alturas, y a los insectos, un ardor concentrado en mi subconsciente. El miedo solía clavarse en el fondo, estorbando, hundiéndose.

     Recordaba con exactitud la presión en mi cuerpo debido al golpe del aire, ese tipo de viento frío que la elevación provocaba, era imposible respirar, ahogándome entre respiraciones. Giraba alrededor del pavor, asustado por las complicaciones que el dolor traía en consecuencia y, parecía que aún seguía temiendo.

     Una vez en un campamento, tocó escalar árboles. No parecía tan difícil, el líder explicaba las maniobras, que en sí se resumían a trepar entre las ramas. También había enseñado como hacer nudos, para colgarse con seguridad.

     Subí como todos, y me obligué a olvidar el miedo. Me limité a colocar mis manos en las ramas y prominencias del tronco. Algunas partes del tronco eran inestables, debía asegurarme de sostener cada espacio con firmeza.

     Escalé como lo indicaban.

     La boca se me secó cuando el aire comenzó a sentirse pesado. No quería mirar hacia abajo, pero seguir avanzando tampoco era un buen plan.

     Estuve a punto de resbalarme.

     Me sujeté con fuerza de la rama, ejerciendo toda la fuerza que mis músculos podían reunir. Odié en ese entonces al chico que había pedido escalar. Lo detesté y juré patearle el trasero.

     La altura ya era lo bastante extensa, soltarme y caer para volver a empezar no era una buena idea. Recuerdo haber visto las rocas, las raíces, y sentir que mis piernas vibraban. Todavía no podía superar como mi garganta se cerraba, y las puntas de mis pies se encogían.

     El miedo era un sentimiento irracional, resultaba complicado ocultarlo, podías intentar escapar, de igual forma te encontraba. Igual que un laberinto con caminos aleatorios, regresabas al mismo lugar.

     Entendí que el miedo, de entre todos los sentimientos, era el que más abundaba.

     —No te quiero cerca de mi hijo —escupió el padre de Jordán en mi dirección, aquella mirada fría como un glaciar estaba a punto de romperme―. ¿No lo entiendes?

     El pasado encontró una circunstancia difícil, en donde mis defensas bajaban la guardia, regresó estirando los brazos, dispuesto a arrastrarme hacia los recuerdos.

     Las voces asesinas emergieron comprometidas a la causa.

     Esperaba el autobús de pie en la acera completamente nervioso.

     La presencia de un chico renegaba intentos fallidos de atención, era inevitable concentrarme con aquella compañía a mi costado. Me gustaba desde hace tiempo, esa era una verdad que no podía negar. Algo que comenzó como una amistad, que se coló entre mis latidos sin esperar aprobación, una ilusión frustrada por cobardía.

Más allá de tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora