Bajé la mirada, intentaba a la vez fijarme en la mesa frente a mí, evitando el contacto inminente con el dolor. La escena que se había dado en el lugar provocó risas y silbidos generales entre sus amigos, seguramente porque como la mayoría pensaban más con sus genitales que con el cerebro.
El espectáculo atrajo las miradas curiosas de los recién llegados, excepto la mía.
Mis músculos se sentían repentinamente débiles, de momento exhaustos. Una parte de mí —la más terca— deseaba irse a casa, y podría haberlo hecho, pero decidí que tal importancia era algo que ellos no merecían. Esperé a que Ann me ayudara, como ya era costumbre, ella también observaba desconcertada el beso. Recordé que había descartado contarle acerca de su actitud hace unas horas y al mirarme, supe que ya lo sabía. Quizá después hablaríamos sobre ello.
Suponía que ella tendría expectativas en lo referente a Jordán.
También las tenía.
Marcel con su mano en mi espalda me empujaba levemente para ponerme a avanzar.
—Los panecillos de hoy se ven especialmente exquisitos ―avisó, entusiasmado―. Tengo mucha hambre.
Su boca parlanchina aliviaba mi dolor, recordándome el lugar en el que estaba y la fortaleza que me caracterizaba. Ayudaba a distraerme de alguna forma.
Decidí seguir su conversación.
— ¿De verdad tienes hambre? ―protesté mirándole fijamente―. No es como que llevemos cuatro horas en la universidad.
Según había relatado, sus hábitos de alimentación diferenciaban de los míos. Él era especialmente exagerado, tal vez no tanto, la comida parecía causarle provocaciones constantes en las que obviamente caía.
―Dos, de hecho ―contestó Ann, observándome―. Yo también tengo un poco de hambre.
Lucía decepcionada. Yo también lo estaba.
Roto, ilusionado, atrapado en una jaula en la que sólo cabía yo.
―Siempre tengo hambre. ―Marcel se encogió de hombros.
Me concentré en seguir el hilo de la charla.
—Es raro ver la forma que mantienes comiendo todo lo que nos estabas diciendo hace un momento —susurré después de meditarlo mejor―. Yo no soy tan aficionado de la comida.
Soltó una carcajada, que bien pudo llamar la atención del resto.
— ¿La forma? —preguntó mirándome con los orbes abiertos—. ¿Crees que estoy en forma?
Parpadeé analizando su pregunta.
¿Acaso noté un poco de ilusión en sus palabras?
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Más allá de tu mirada
RomantizmUna mirada es suficiente para demostrar amor, escondido en la sombra del prejuicio. Este gesto encierra eternidades; algunas escondidas y otras más libres. Byron sabía perfectamente que enamorarse no era un juego, esperaba a su otra mitad con e...