El sonido se filtró por mis oídos aún destartalados por el recién despertar, y mis párpados se abrieron con propia lentitud. Sería difícil descubrir la causa de mi sueño ahora interrumpido. La luz atravesaba el cristal de la ventana como una invitación de clara molestia.
Cubrí mis ojos todavía desorientados con el dorso de mi mano.
El día bajaba su velo irritante ante mis protestas de sueños reparadores y relajantes, ese tipo de estrés asfixiante esperaba mi caída. Nada fue suficiente. No bastaba con enterrar la cabeza en la almohada. Ya no podía volverme a dormir.
Me reincorporé sobre mi cama arrastrando las sábanas enredadas alrededor del colchón, un bostezo rompió el crudo silencio y mi cabeza comenzó a doler. Nada parecía surtir efecto. Me tomé un momento, relajando mis músculos y estirando los brazos, una costumbre que ayudaba a que mis respiraciones fuesen más profundas y limpias. El aire vibró dentro de mí y me fundí entre sus brazos, aproveché para ordenar mis pensamientos.
El sonido se hizo presente por segunda vez, mezclándose con golpes huecos y tintineos constantes. Bien podría confundirse con una melodía desafinada o partituras mal equilibradas, pero yo sabía a qué se debía el desastre que venía del exterior.
Una distante réplica se extendió insolente como el viento.
Me levanté cansado y confundido, el mareo parecía presentarse con insistencia. Avancé hasta la puerta jugando una partida en contra del temblor en mis piernas, cuando llegué al pomo le giré sin más preámbulos para posteriormente salir de mi habitación. Todo me dolía. Definitivamente dormir se volvió un suplicio, quizá como otras veces, había dormido en una posición incómoda.
Jamás volveré a salir.
Una mirada marrón se enfocó en mí cuando salí por los pasillos y hacia la cocina; gesto que por hábito se presentaba cada fin de semana. El par de cejas mantuvo una fija convicción, resaltando el bronceado de su tez morena. Bajo el manto solar ella parecía más concentrada.
La pelinegra movía su larga cabellera al compás de una melodía —improvisada como siempre—, algo desafinada. Sus puntas desgastadas caían como lluvia alrededor de sus hombros, una detrás de la otra y sus dedos golpeaban sobre la barra que dividía la cocina de la sala. Un departamento modesto y lo suficientemente grande para dos universitarios.
En el taburete, sentada y metódica, se encontraba una de las mujeres más importantes de mi existencia, mi compañera de travesía. La mueca que decoraba su rostro era de evidente enojo, un gesto común en ella. Aquella mirada parecía perdida en imaginaciones pasajeras, ese tipo de esencia que se pierde y a veces desvanece. Sus labios se fruncieron reflejando una falsa seriedad, casi pude imaginar a los engranes de su mente trabajando sin parar. Típico en ella. Pensar y actuar era lo que mi mejor amiga sabía hacer a la perfección.
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Más allá de tu mirada
RomanceUna mirada es suficiente para demostrar amor, escondido en la sombra del prejuicio. Este gesto encierra eternidades; algunas escondidas y otras más libres. Byron sabía perfectamente que enamorarse no era un juego, esperaba a su otra mitad con e...