08 | Mil pedazos

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Todavía en sus brazos el aire existía en cantidades menores; limitado, casi inexistente, evaporándose en forma de nube

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Todavía en sus brazos el aire existía en cantidades menores; limitado, casi inexistente, evaporándose en forma de nube. El corazón sentía su atadura, ese listón amarrando la misma libertad que le caracterizaba, y la que suponía era mi alma, traspasó mi piel escapando de su dueño.

     El sonido que venía de su pecho retumbaba sobre el mío, golpeándome con temblores flojos.

     Ante los ojos de cualquiera esto parecería una muestra de emoción demasiado exagerada pero la verdad a veces resultaba incómoda.

     Podía sentir las miradas, quizá en un principio habría podido interpretarse como una felicitación, ahora el castaño me sujetaba por la cintura tomándome desprevenido. Me enamoré de este desconocido del que apenas conocía minorías, que podía contar las facetas con los dedos de mis manos, y tan sólo algunas veces. Las miradas habían cumplido su función como armas clavándose en el interior.

     El amor no tenía tiempo o regla de medida, ciego e inesperado, llegaba para instalarse en el corazón. Sólo se sentía, se aprendía a aceptar.

     Aquella vez cuando me miró me negué a la idea tan absurda. Jamás había sentido algo igual o incluso parecido. Era capaz de acariciarme sin acercarse, y hablarme sin pronunciar, de tocar mi alma con tan sólo mirar.

     Podía palpar sus sentimientos, sentía sus latidos, y su respiración me estaba volviendo loco. Respiraba junto a él, sin saber que más hacer, resignado a morir entre sus brazos, a fundirme si pudiese, en la textura de sus labios.

     Mi cuerpo vibró por la emoción y la corriente ardiente en mi rostro reveló pensamientos escondidos. En el estómago una sacudida advirtió del hospedaje de miles de mariposas que revoloteaban sin parar, removiendo mi interior, mundo y realidad.

     Sus hebras doradas acariciaron mi cuello, además de su aliento chocando en mi oído estimulando el interior de mi pecho. En blanco permanecí con las emociones a flor de piel.

     Escuché un latido que provocó eco en mi interior.

     El lienzo se encontraba preparado para él, esperando aquellas manos que harían arte con la pintura en la transparencia de un alma rota. El sudor se volvió indispensable para mí, me vi respirando su aroma a ejercicio y sentí que podría quedarme ahí el resto de mi vida. No quería respirar nada más, sólo su aroma.

     Mis sentidos de la orientación, confundidos y mareados mantuvieron mi cordura limitada a cero.

     Quise por un momento que su abrazo durara más, que sus brazos me sostuvieran toda la vida, aunque no durase una eternidad.

     Un ruido detrás de nosotros apareció de momento, como si la molestia estuviese personificada, exageradamente discreto, el tipo de voz que un manipulador sabe utilizar a la perfección. No sabía si de esa manera era, tan sólo me limitaba a suponer; aunque no tardé mucho en descubrirlo en realidad.

Más allá de tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora