20 | Resurgir de las cenizas

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La sombra oscura de la noche ascendió junto a la luz, la niebla de una madrugada rodeó los edificios filtrando caminos inconexos y escondiendo figuras ebrias, envolviendo una mezcla de sentimientos disparejos

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La sombra oscura de la noche ascendió junto a la luz, la niebla de una madrugada rodeó los edificios filtrando caminos inconexos y escondiendo figuras ebrias, envolviendo una mezcla de sentimientos disparejos.

     El amanecer intentaba salir de las nubes oscuras en el cielo, todo moría alrededor, el rastro de los secretos que escondía la oscuridad caminó por las calles.

     Chicos confundidos avanzaban tambaleantes por el alcohol y todo tipo de sustancia, atolondrados por la sombra de sus miedos, escondiendo secretos en el fondo de sus corazones. Ocultaban su dolor en la adicción, en el vicio que cambiaba su realidad, rendidos ante el destino. Resignados a la realidad que les tocó vivir.

     Parecía que en algún momento llovería.

     Los brazos de Evan aún sostenían mi cuerpo. Mi cabeza dolía por cada imagen transcurrida a lo largo de la memoria, rememorando cuando cerraba los ojos. Todo era confuso.

     Sus labios se deslizaban sobre los míos, y mis manos aguardaban a los costados, cansadas, rendidas. Mi rostro se movía a su ritmo, de vez en cuando me sorprendía por uno que otro mordisco de su parte.

     Dentro de mi pecho, mi corazón, ignorado esperaba en silencio.

     El rubio acariciaba mi rostro mientras sus besos curaban mi propia frustración, estaba perdido en medio de la oscuridad, desvelándome como un niño. La escasa voluntad que mantenía comenzó a morir. El humo frío de la niebla envolvió mi traición, calló mi coraje, silenciando lo poco que quedaba de mi voz.

     El corazón se me subió a la garganta, las palabras se atascaban alejando la oportunidad de negarme, la oportunidad de pensar. Aún estaba confundido. Dolido.

     Me sentía traicionado, utilizado, enamorado y perdido. En el rincón de mi subconsciente nada venía, nada emitía voz. Estaba cansado de luchar, cansado de intentar.

     Era cruel, pero nadie podía quitármelo de la cabeza, nadie era capaz de borrar su marca de mí. Porque estar con él me hacía sentir, de alguna manera y a pesar de todo, único.

     Un recuerdo apareció en medio de un respiro, el beso de Jordán y Rayzel rayaba los límites, dolía, dolía más que otra cosa. Fuese o no una confusión, dolía. Me hería, se marcaba con más fuerza, se enterraba en mi garganta y formaba cristales alrededor de mi pecho.

     Jordán me dolía, tanto que pensar en otra cosa me costaba. Me pesaba el pasado, me pesaba él, me pesaba intentarlo todo y conseguir nada. Dolía amarlo de esta manera, necesitarlo tanto como respirar.

     Los edificios fueron engullidos por la neblina y el sol murió, atrapado en su ilusión, en su costumbre de aparecer y marcharse otra vez. El cielo de repente se había oscurecido.

     Me hundí en el fuego dejando que el atractivo chico que me besaba me arrastrara hacia su propio infierno, permití que mis miedos se fundieran en la verdadera pasión. Aquel desenfreno alocado de mi tristeza. La necesidad abrazó mi débil y herido corazón, estaba aliviando la impotencia en sus brazos, recorriendo el camino agrietado de su realidad.

Más allá de tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora