• Disturbios •

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─Lara─

Un par de días después el extraño sonido de un nuevo mensaje alertó a Lara en la mañana. Estaba molesta y cansada, fastidiada de escuchar aquel tono que le indicaba que se trataba de la única persona que siempre le mensajeaba.

Edward murmuró dentro de sus labios, observando cómo su móvil vibraba.

La chica suspiró, otra vez este la había decepcionado.

¿Por qué diablos él no podía ser por única vez honesto con ella y consigo mismo?

Estúpida. Se dijo así misma. ¿Por qué sigues aquí? ¿En verdad creíste que él iba a decirte la verdad? De verdad pensaste que diría: «Sí, lo acepto. Confieso que te he sido infiel», ¡Bah! En eso soltó una ridícula risa.

De todo lo que ella pudo haber esperado aquella noche, Edward solo le había dicho un te amo.

¿Qué clase de declaración era esa?

Para ella, eso no era una confesión, era una vil y total mentira.

Torció una ligera mueca y entre un largo suspiro se estiró a tomar el celular, pensando en que otra vez este no llegaría, así que, sin mucha, poca o nada de esperanza lo tomó.

"Habitación 201. Hotel El Diamante. Si aún quieres verlo, ellos acaban de entrar".

Eso era todo lo que decía aquel mensaje, sin firma ni remitente, sin ninguna pista de a quién llamar y reclamar. No había nada a excepción de la insustancial intriga que poco a poco iba creciendo y que la iba carcomiendo.

La chica lo pensó por unos momentos, imaginando que quizá se trataba de un error. Ella no quería volver a ver como Edward Palmer la engañaba, ya bastante tenía con todo lo que le había pasado, sin embargo, aquel mensaje había sido directo, personal y concreto. No había muchas personas que conocieran su número, aunque sí había demasiadas que conocían su situación actual.

Chasqueó los dientes y dejando de ver a su alrededor leyó una vez más, repitiéndose una y otra vez el contexto del mensaje.

El Diamante murmuró al reconocer ese nombre.

A su derecha, a cuadra y media del boulevard, no muy lejos de ese café se encontraba aquel maldito lugar.

Sus ojos se cristalizaron. Lara estaba a punto de llorar pero no lo haría porque hacerlo a esas alturas sería algo peor que estúpido. Comprimió fuerte sus labios junto a sus puños y lo pensó: «Habitación 201».

Maldición Edward vociferó mordiéndose con fuerza el dorso de uno de sus dedos. Hubiera sido preferible no saberlo. Su corazón nuevamente se desgarró al imaginarlo.

Era increíble saber que él, aun después de haberse declarado la estuviese engañando.

Lara meneó la cabeza en medio de un gemido, luego, su vista viajó hacia sus dedos, clavándose al final en su anillo de compromiso.

«Este anillo es más que especial, era la sortija de mi madre...»

Esas habían sido las palabras de Edward.

¿Especial? susurró ella despacio, y sin dudarlo ni un segundo más se lo quitó.

La argolla cayó sobre la mesa rodando igual que una estúpida moneda. Aquel anillo no tenía nada de especial, este era simple, sencillo.

TratadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora