• Enojo •

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─Amelia─

¿Por qué estamos aquí? Le preguntaron desde el asiento contrario mientras esperaban a que ellos avanzaran.

Porque el idiota de Samuel dejó a medias su trabajo contestó ella sin quitar su mirada marrón de aquellos dos hombres a los que vigilaba.

(******)

Parece que no puedes hacer nada bien. Te dije que...

Sí, sí. Sé lo que dijiste. Le contestó su hermano de una manera tajante. Pero no voy a mancharme las manos por ti. Yo ya cumplí con lo que me tocaba. Separarlos fue el trato, el resto, si lo quieres bien hecho depende de ti.

Pues no voy a pagarte.

No importa, ya lo hiciste. Le dijo mientras se ponía de pie y se vestía. No entiendo cuál es tu obsesión por Edward, es un simple sujeto que no vale la pena.

Amelia expresó una mueca.

Jamás lo entenderías. Le dijo parándose de la cama con fastidio. Edward no solo es un hombre que no valga la pena, también es un maldito miserable que merece pagar. Se cree intocable solo porque puede hacer lo que le dé su gana sin que nadie le diga nada, pero se equivoca. En esta vida hay personas peores que él y se lo voy a demostrar.

Por mí haz lo que quieras contestó Samuel desde la puerta. Solo te voy a pedir un favor. La chica lo miró con los ojos entornados. No lastimes a Lara.

Hmp, ¿por qué todo el mundo siempre quiere protegerla?

Porque ella es buena. Lara es la clase de mujer que tú jamás llegarás a ser. Le respondió molesto al ver la actitud de ella, a lo que Amelia volteo el rostro llena de indiferencia.

Mejor ya lárgate que tengo una visita más tarde y no quiero que estés aquí cuando él llegue. Le dijo entrando a la bañera.

Samuel la miró con una sonrisa ladina en su rostro, luego preguntó.

¿Tú visita de casualidad no tendrá nada que ver con cierto hombre, o sí? Amelia lo escuchó burlarse de ella mientras este hacía un par de ruidos. Me preguntó, ¿quién vendrá esta vez? Se cuestionó el pelirrojo sin dejar de lado el tono taimado de su voz. Será Leonard, algún otro o... el estúpido de Sebastián.

Al escuchar ese último nombre la chica se alejó de la tina, frunció el rostro y se acercó a la habitación. Samuel estaba jugando con las llaves de su auto mientras las lanzaba una y otra vez hacia arriba.

¡¿Es que acaso eres idiota?! gritó más que exaltada. ¿Cómo se te ocurre pensar que yo podría acostarme con un muerto de hambre cómo Sebastián?

Amelia comenzaba a perder la cabeza.

Samuel la miró de frente y sin dejar se reír sintió como su rostro era abofeteado.

¡Estúpido! Lo insultó ella, sintiendo arder la palma de su mano a lo que este la miró con una severa intensidad.

Vuelve a hacer esto y te juró que no me contendré. La amenazó con voz ronca e intimidante. No me importa que seas una mujer, mucho menos mi hermana. Le dijo.

Y tú... Vuelve a insinuar que soy una ramera.

¿Y es que acaso no lo eres? cuestionó firme. Te acuestas con todo el mundo, incluso, hasta conmigo.

¡Te dije que...!

Amelia intentó golpearlo una vez más, sin embargo, su puño fue contenido.

Y yo a ti también te lo dije citó este mientras tomaba el resto de sus cosas y se alejaba. No porque sea tu hermano voy a permitir que vuelvas a tocarme. Ya bastante tengo con tus locuras. Le dijo y echándole un último vistazo se fue.

(******)

Estúpido susurró Amelia llena de impotencia al recordar el golpe que este le había dado.

Chasqueó los dientes y se tocó el rostro, sintiendo aún en su mejilla aquel terrible dolor que había creído haber olvidado.

¿Qué ocurre? Le preguntaron de nuevo pero ella no respondió, estaba demasiado irritada como para ponerse a discutir sobre una situación que en vez de ayudarla la molestaba. ¿Amelia?

Guarda silencio y no preguntes masculló ajustando las gafas oscuras que traía puestas.

Desde que se enteró que Edward había regresado, ella se había dado a la tarea de seguirlo, ya no por amor u obsesión, sino más bien por... represalias.

Sí pero...

¡Qué te calles! ordenó.

¡Se están moviendo! gritó Cecil marcando una señal. El semáforo ya cambio.

Amelia regreso su vista al frente y con sumo cuidado continuó manejando. Desde el momento en el que Edward salió del departamento junto aquel molesto rubio ella los había estado siguiendo por un largo rato, llevaba cerca de media hora vigilándolos hasta que por fin los vio detenerse en un boulevard.

La chica rodó los ojos al verlos sentarse en la mesa de un café, tal parecía que iban a estar en ese lugar por otro largo rato así que, se acomodó en su asiento y se dispuso a esperar mientras los observaba desde la esquina en la que se encontraba.

Al cabo de una hora los vio pagar la cuenta, luego, Edward fue quien esta vez tomó el control del volante.

El chico miró por el espejo lateral y sin esperar a que cambiara el semáforo a verde, arrancó a toda velocidad, girando y derrapando como siempre en el siguiente retorno.

¡¿Qué esperas?! Vamos a perderlos. Escuchó a Cecil a su lado mientras divisaba por la comisura de su ojo derecho como esta refunfuñaba.

¡Cállate! Le gritó de nuevo. No puedo concentrarme contigo hablando.

La mujer se refregó el rostro, luego acomodó su cabello y aventando las gafas al asiento trasero pisó el acelerador, pero no pudo avanzar más allá de la esquina porque un pequeño Bentley se le atravesó.

¡Mierda!

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