─Edward─
La boda al final había sido un completo desastre, al menos para él. Edward siempre quiso acercarse a ella pero Lara no se dejó, siempre estuvo ocupada; la chica pasaba demasiado tiempo con los invitados sonriendo, hablando e incluso hasta bailando a lo que él no pudo hacer mucho ya que siempre estuvo lejos de ella, mirándola como se alejaba cada vez que él se acercaba.
De vez en cuando sus miradas se cruzaron y aunque fuera por milésimas de segundos, Edward, podía notar en aquellos ojos verdosos el claro fastidio que esa boda representaba. Muchas veces trato de hablarle y de decirle lo hermosa que se veía pero ella no se lo permitió, y las únicas veces que pudo estar a su lado fue solo para bailar su vals.
A pesar de todo, ella se notaba un poco nerviosa, Edward aún lograba causar ese efecto en ella pese a que esta se negaba a aceptarlo ahora. Su rígida postura y su fría apariencia no eran más que una impenetrable defensa.
Edward la miró desde la barra de bebidas mientras sostenía en su mano una delgada copa de cristal, el chico estaba pensando en la manera de recuperarla, él no podía perderla; la amaba lo suficiente como para tragarse su propio orgullo. De alguna manera, él volvería a conquistarla y aunque él no era de ese tipo de personas se había propuesto sobrepasar a su nefasto ego. Por primera vez y después de mucho tiempo volvería a ser él mismo, sin tratos, ni máscaras. Edward sería el mismo hombre exigente pero a la vez cálido y condescendiente.
Las horas pasaron rápido y para cuando ambos pudieron darse cuenta era tiempo de irse.
La limusina fuera de la mansión los estaba esperando para llevarlos hacia el lugar en donde pasarían su primera noche juntos, aunque de nada sirvió que se quedaran solos pues la actitud de ella seguía siendo la misma.
—Lara... —La llamó él a través de la puerta.
La chica se había encerrado en su habitación una vez que llegaron.
Él insistió un par de veces tratando de convencerla para que saliera, pero en cambio, ella no respondió a ninguno de sus llamados.
El chico suspiro cansado, era más que obvio que ella no saldría, aun así, se atrevió a quedarse. Sin mucha esperanza se recargo en la puerta, luego, dejó que las palabras fluyeran.
—Por más que me esfuerce sé que nunca podrás perdonarme y está claro, lo que te hice no tiene perdón. Te engañe, te fastidie y... te lastime. Fui un idiota que siempre creyó que lo tenía todo y lo tuve hasta que te conocí. Sin ti, mi vida perdió el sentido y cuando apareciste esta noche en la iglesia y aceptaste... Un pequeño rayo de luz iluminó la poca fe que tenía, pero luego, al ir cayendo la noche y ver cómo te comportabas conmigo... esa luz se desvaneció. Lara, no voy a volver a pedirte que me perdones porque sé que no lo merezco y aunque me duela reconocerlo... Eres libre de hacer lo que quieras. Te prometo que no interferiré en ninguno de tus planes pero, no por ello no trataré de volver a ganarme tu confianza. Lara... —repitió su nombre sin esperanzas—. Te amo.
Mientras Edward hablaba, ella estaba atenta a aquellas palabras, imaginando el eco que producía su voz a través de la puerta.
La chica se levantó de la cama y se acercó mirando en el suelo la sombra de Edward que, al haber terminado se alejó, sus firmes pasos en dirección hacia algún lado de la habitación se lo confirmaron.
Ella dudó por unos momentos en abrir la puerta, no estaba segura de lo que le diría una vez que lo viera, tenía muchas cosas en la cabeza; presionó sus labios con fuerza y finalmente salió.
Al llegar al otro lado de la habitación, Lara pudo notar a Edward parado frente a un gran ventanal el cual dejaba ver un extenso valle; desde ese sitio todo parecía asombroso, la vegetación, la fauna, las estrellas y... el enorme lago.
Los pocos rayos lunares que resplandecían sobre el agua dulce y que se colaban a través de la ventana iluminaron con todo su esplendor algunos de los cabellos azabaches de su esposo, que contrastaron finamente con el tono blanco de su piel.
Ella lo miró por unos instantes, contemplándolo desde su propia distancia. Edward, se mantenía serio y callado, con la mirada fija en su reflejo. Como siempre, él tenía las manos dentro de sus bolsillos, representando esa actitud arrogante que lo diferenciaba de cualquier pretencioso que quisiera imitarlo por su frívola elegancia.
Lara no pudo evitarlo, por algunos instantes se había dejado abducir bajo esa dulce presencia que idolatraba y para cuando se dio cuenta ya estaba parada detrás de su espalda. Su reflejo en la ventana lo alertó causando que este girará levemente su cabeza para mirarla.
Él apenas si sonrió.
—Lara... —La nombró en medio de un giro completo.
Ella no respondió, tan solo dejo que él hablara mientras observaba en su rostro como una delgada lágrima se desplazaba. Edward estiró una de sus manos y tomó un poco de sus cabellos.
No había palabras pero tampoco silencios, ambos mantenían sus miradas fijas en los ojos del otro, contemplándose de una forma dura mientras se miraban.
—Lara, yo... —comenzó él pero de inmediato fue interrumpido por ella al sentir el deseo de callarlo.
—No... —murmuró limpiando su lágrima, luego, levantó la vista en un suspiro y continuó—: Edward, lo que dijiste hace un rato fue muy lindo pero, ¿hasta qué punto debo creerlo? —preguntó sin dejar de mirarlo—. Me hiciste mucho daño y dejaste que me convirtiera en una mujer que no soy y por eso no puedo perdonarte. —Le dijo mientras negaba con la cabeza—. Sin embargo... ahora soy tu esposa. No sé cuánto tiempo me tome el perdonarte o volver a confiar en ti y aunque las cosas no sean como antes, al menos yo prometo intentarlo, por ti, por mí y... nuestro futuro —«si es que hay alguno», pensó ella.
Por algunos momentos Edward pudo ver en los ojos de ella una pequeña luz de esperanza, Lara lo amaba tal y como él la amaba a ella, aunque ahora tuvieran problemas.
Él se había equivocado tantas veces, sin embargo, esta vez no tenía planeado volver a equivocarse. Hizo el intento por abrazarla pero ella no se dejó, aún era demasiado temprano para empezar a tener esa clase de roces.
En respuesta, Lara sonrió un poco y con una dulce palabra de buenas noches se despidió.
Por otra parte, Edward la miró pensando en que por el momento eso era lo más correcto; no la había abrazado o besado, tampoco la había amado como en algún momento se lo había imaginado, aunque sí, la había visto volver a sonreír.
El chico sonrió a su manera y sin dejar de recordar su cabello en su mano, volvió la vista hacia el cristal.
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Tratado
RomanceSiendo el segundo hijo de un famoso empresario, Edward Palmer, hace el pequeño sacrificio de casarse con la hija de los Evans en un intento desesperado por salvar la reputación de su familia, no obstante, considera a su prometida una fastidiosa por...