─Edward─
A la mañana siguiente, cuando llegaron al aeropuerto tuvieron que esperar un poco más por su vuelo debido a ciertas adversidades con el tiempo. Se encontraban en la sala de espera siendo observados por la mayoría de la gente que los conocía debido a que su boda había sido la gran noticia de la semana.
Edward, chasqueó los dientes, estaba molesto. Tener en sus manos los boletos de su luna de miel lo había fastidiado, no solo por haber sido el regalo de uno de los nuevos socios de la empresa de su hermano, sino porque aquellos boletos marcaban un asiento alejado del otro.
Ambos estarían sentados en secciones distintas.
—Maldito Yael —gruñó entre dientes mientras apretaba los boletos entre sus manos.
Ella estaría junto a la ventana en primera clase mientras que él estaría al otro lado del pasillo, lejos de ella.
Un par de horas después su vuelo finalmente fue anunciado.
Lara se levantó, tomó su bolso y con un evidente sonrojo en sus mejillas camino hacia puerta de abordaje. Edward la observó, ella muy rara la vez marcaba ese gesto de vergüenza en su rostro. El chico siguió sus ojos, detrás de ellos se encontraba sentado un pelirrojo. Era un sujeto apuesto, de carácter serio y refinado. Hombre promedio que pasaría por desapercibido entre la alta sociedad o quizá, hombre que representaría a la mayoría de las alcurnias, sin duda, alguien elegante pero de segunda clase.
Este, le sonreía a Lara como si la conociera desde siempre a lo que ella le respondió de la misma forma, siendo siempre amable.
Edward entornó sus ojos en el chico disgustado, le irritaba ver esa estúpida sonrisa, sonrisa que se explayo ante sus celos y su enojo. El pelinegro tomó sus cosas y sin dejar de mirarlo siguió a su esposa, tenía la pequeña sensación de que de algún lado conocía a ese sujeto o al menos, eso era lo que él pensaba.
Cuando llegaron a su destino se albergaron en una lujosa casa de playa con vista hacia el horizonte, hermoso lugar rodeado de vegetación frondosa y acantilados enormes.
El chico sonrió para sus adentros esperando ver en el rostro de Lara la gran sorpresa que le tenía preparada. Edward se había esmerado en ello y había puesto toda su fe en eso.
—Oye... —La llamó antes de que ella abriera la puerta.
La chica giró y lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué sucede? —preguntó alisando su rostro.
—Tengo una pequeña sorpresa para ti. —Lara no dijo nada, aunque continuaba mirándolo de una manera dudosa—. Descuida, no es nada malo. —Se apresuró a decir—. Te va a gustar, aunque primero tengo que vendarte los ojos. —Le dijo buscando dentro de sus bolsillos el pañuelo que había olvidado en algún lugar por lo que, no le quedó más remedio que improvisar.
Edward, estaba desatando su corbata cuando de repente ella se apresuró a entrar en la habitación. Su primera impresión... Un rotundo silencio.
El chico no sabía qué hacer en respuesta, aquel silencio era abrumador. Era la primera vez que dejaba a Lara sin palabras. El pelinegro dio un paso al frente colocándose a un lado de ella, introdujo las manos dentro de sus bolsillos y espero mientras la observaba de reojo. De alguna manera, su esposa se miraba feliz, en sus ojos destellaba un brillo peculiar que hacía que ese verde se viera vivo y único.
—Lara... —Edward volvió a llamarla, estaba seguro de que la había impresionado, pero lo siguiente que escuchó no fue más que un simple monosílabo distante.
—Hmp —expresó ella en una media sonrisa.
—¿Qué sucede? ¿No te gustó?
Lara volteó y lo miró.
— Creí que... sería otra cosa —contestó dando un paso al frente—. En algún otro momento me hubiera parecido romántico, pero no puedo decir esto ahora. Me parece que lo que hiciste ya es demasiado trillado. Edward, para ser tú pudiste haber hecho algo mejor que esto. ¿Velas, flores, enserio? Admito que te esmeraste demasiado, sin embargo, no es algo propio de ti. —Le dijo soltando una risa irónica—. ¿Sabes...? Yo espero de ti a la persona que realmente eres, no lo que quieres ser. Nunca has sido romántico o sincero, al contrario, eres todo lo opuesto y quizá eso fue lo que en algún momento me gustó de ti, tu determinación, tu forma de ser. Eso es lo que yo quiero de ti, ver al verdadero Edward, no una copia barata de nuestro noviazgo.
—¿En verdad eso es lo que quieres?
—En realidad no pero, si hacemos esto... no funcionará. —Tras escuchar esas últimas palabras Edward quedó atónito—. Ambos sabemos que somos muy diferentes. Tú eres frío y egocéntrico mientras que yo... soy amable y hasta un poco molesta.
—Eso no es cierto.
—Lo es, tú lo dijiste una vez.
—Estaba molesto, no hablaba enserio.
—Quizá y tal vez no lo dijiste con esa intención, sin embargo, creo que eso me ayudó a ver lo lejos que estábamos el uno del otro.
—Lara...
—Buenas noches, Edward.
Lara se despidió con una dulce sonrisa en su rostro, agradeciendo que él no la siguiera, le dolía mirar en aquellos ojos oscuros la desilusión. A pesar de que ella había dicho que iba a intentarlo le costaba mucho aceptarlo, sin embargo, fue feliz con la sorpresa.
A la mañana siguiente, cuando ambos despertaron ella se encontraba preparando el desayuno.
—No eres buena en la cocina, ¿verdad? —comentó él desde el marco de la puerta con una ligera sonrisa.
—Jamás lo he sido y no creo que lo sea. —Le contestó ella dando la media vuelta, luego, se quitó el delantal—. Creo que será mucho mejor que desayunemos fuera. Iré a cambiarme. —Le dijo y fue en ese instante en el que él pudo notar su atuendo, ella estaba usando una ligera ropa de playa, el vestuario perfecto para un clima tropical como ese.
Más tarde, Edward decidió salir a caminar solo por la isla, a pesar de haber estado con ella la mayoría del día, el chico sentía que no estaba progresando. Lara tenía repentinos cambios de humor, a veces eran tolerables pero en ocasiones se hacían algo agresivos.
El chico se refregó la cara sintiendo la brisa marina en su rostro, necesitaba despejar su mente y asimilar lo que le estaba pasando.
Para cuando llego de nuevo al hotel se encontró con la habitación vacía, Lara no estaba en ninguno de los cuartos, el chico pensó que quizá ella había salido a tomar aire fresco así que, decidió salir a buscarla.
Tomó algunas cosas y salir al pasillo un enorme hueco en su estómago se formó al ver a su esposa caminar mojada y sonriente del brazo de un pelirrojo. Edward frunció su rostro y apretó sus puños, aquel hombre era el mismo sujeto que se jactaba de él el otro día en el aeropuerto.
—¡Lara! —vociferó furioso, pero ella ni siquiera se inmuto ante su voz llena de rabia y celos.
—¿Qué? —contestó ella de forma taimada mientras se aferraba al brazo de aquel hombre que sonreía elevando su ego.
—¡Métete a la habitación! —Le ordenó Edward a lo que ella burlonamente accedió, solo que el único problema fue que Lara no entró en su habitación, sino que, se adentró en el cuarto de enfrente, en donde aquel nuevo sujeto se hospedaba.
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Tratado
Storie d'amoreSiendo el segundo hijo de un famoso empresario, Edward Palmer, hace el pequeño sacrificio de casarse con la hija de los Evans en un intento desesperado por salvar la reputación de su familia, no obstante, considera a su prometida una fastidiosa por...
