Capítulo 11. Indefensa.

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CAPÍTULO ONCE.

Indefensa.

Me sentí como Caperucita Roja en frente del lobo feroz.

Había pasado la semana entera y Justin no se había presentado, ni su amigo, sentí la mirada de sus otros tres amigos sobre mí a cada momento. Como si me vigilaran.

Hoy era por fin viernes, había sobrevivido a una semana en este horrible lugar, pero en lugar de sentirme más fuerte, me sentía débil, cada vez más débil.

Extrañaba a mis amigos de California, extrañaba mi prestigiada escuela, extrañaba nadar en el mar, extrañaba el calor y el sol, extrañaba a Gaby, incluso extrañaba a algunos profesores; extrañaba a Rosario, pero en pocos días llegaría y al menos una parte de mi vida volvería a la normalidad.

Escuché leves golpes sobre la ventana del balcón.

Miré rápidamente y ahí estaba Justin, decir que se veía guapo sería una completa mentira, su rostro estaba cubierto de golpes, con partes moradas e hinchadas, el labio y la ceja rotos, su camisa sin mangas dejaba ver golpes en los brazos.

Me levanté enseguida y abrí las puertas del balcón.

-¿Por qué mierda tardaste tanto en abrir? ¡Me estaba congelando! –dijo molesto mientras saltaba ágilmente de su balcón al mío, para después adentrarse en mi habitación.

Yo no supe que responder, no podía dejar de ver sus heridas, algunas se veían muy recientes, otras parecían tener algunos días.

-¿Está tu padre? –preguntó en voz baja.

-No. –respondí, aun sabiendo que debía mentir y decirle que sí para que se fuera, yo debía alejarme de él, como había dicho Kayla.

Él sonrió, la sonrisa que me hacía estremecer, era una sonrisa cruel y llena de maldad, una sonrisa que apenas llegaba a sus ojos, sus hermosos ojos…

Me sentía como Caperucita Roja enfrente del lobo, indefensa.

Tenía un nudo en la garganta y cosquillas horribles en el estómago, sentía miedo, y me encantaba.

Se acercó lentamente y sentí ganas de correr y gritar, algo que se me estaba haciendo costumbre sentir cada que él se me acercaba.

Cubrió mis mejillas con sus palmas y besó tiernamente mi frente. Un beso casto que me llevó al cielo.

-Hace tiempo que no te veo llorar, Marissa. –susurró lentamente.

Era una amenaza, lo sabía, él iba a hacerme daño, pero yo estaba demasiado ocupada contando sus largas pestañas.

Una de sus manos fue hacia la parte baja de mi cabeza y tomó un buen mechón de cabello.

De pronto se alejó, y me arrastró del cabello hasta la cama. Sin piedad, jalando duramente mi cabello.

Grité y a él le encantó.

Me aventó sobre la cama  se sentó sobre mí con las piernas rodeando mi cintura.

Ahora ya había salido de mi ensoñación y me daba cuenta del peligro en el que estaba. Él se divertía lastimándome y no había nadie que pudiera detenerlo, mi padre no estaba y dudaba que a alguien más le importaran unos cuantos gritos, aquí la gente estaba acostumbrada a ese tipo de cosas.

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