Capítulo 43. Te odio.

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Capítulo 43.

Te odio.

"Te lo dije, soy problemático."

La estiré. 

No te pierdas, Marissa.

Y la solté contra mi piel.

Recuerda quién eres.

La estiré de nuevo y la solté.

No te pierdas.

Una vez más.

No olvides quién eres.

La liga volvió a golpear con fuerza mi brazo y aunque sentí como pegaba contra mi piel, era casi una caricia imperceptible. Si no hubiera estado prestando atención a ella y si no tuviera la mirada en mi brazo probablemente ni siquiera la hubiera sentido. No importaba cuánto la estiraba. No me lastimaba.

-¿Niña, Marissa? ¿Qué está haciendo? -preguntó Rosario entrando a mi habitación de golpe y sin tocar.

Yo la miré alarmada y fui hacia ella en seguida. La tomé del brazo y la saqué lo más rápido que pude de mi habitación.

-No entres de nuevo a mi habitación, Rosario. -le ordené y me giré en mis talones dispuesta a regresar a mi habitación cuando su voz quebrada me detuvo:

-Niña, Marissa. ¿Qué es lo que le pasa? ¿Por qué me trata así? ¿Sigue enojada? ¿Por qué?, si yo ya no me meto en su relación con ese chico.

Estaba detrás de mí y aunque yo no podía ver su rostro sabía que estaba a punto de llorar o que ya estaba llorando.

Suspiré sintiéndome una basura.Ella era prácticamente mi madre y yo la trataba como si fuera desechable.

Me giré y me encontré con su rostro arrugado lleno de lágrimas. Bajé la mirada incapaz de seguir mirándola sufrir.

Fui hacia ella y tomé sus manos entre las mías.

-No estoy enojada contigo, nana.

-Entonces, ¿por qué ya no me habla como antes? -me preguntó con el ceño fruncido.

-Yo... no lo sé. Se me ocurre algo, hay que hacer galletas.

-¿Galletas? -me preguntó mirándome extrañada. Tenía meses que no hacíamos galletas juntas, la última vez aún estábamos en California.

-Sí. Hoy en la noche, para cenar, ¿estás de acuerdo? -le pregunté estirando mi mano para que chocaramos cinco.

Ella tocó ligeramente la mía sin comprender y de pronto sonrió.

-¡Iré a comprar los ingredientes! -anunció emocionada de pasar al fin tiempo conmigo.

Yo sonreí y me giré para entrar a mi habitación pero su voz me detuvo:

-Niña, Marissa. Deje de hacerse daño con esa liga.

Yo la miré y asentí en silencio.

Si tan sólo supiera que no me causaba ningún daño.

***

-¡Deja de hacer eso! -me susurró sin llamar la atención de la profesora.

Vi como su mano se estiraba hacia la mía y me daba un manazo, un manazo que sentí,  que casi escuché y que vi, pero que no me dolió.

Miré a Kayla con una sonrisa en el rostro.

-Lo siento, mamá. -le respondí.

Ella rodó los ojos y se acercó a mí para hablarme más cerca:

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