Capítulo 43

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Tú me salvaste.


Desperté en medio de sabanas blancas, tersas y suaves, como el mejor terciopelo. Fruncí un poco el ceño, pensando en como había terminado ahí. Apenas unos instantes antes había terminado todo en el departamento de misterios, y ahora, recostada en suave recinto me encontré cavilando. La habitación se encontraba en casi completa oscuridad, excepto por una luz tenue que emitía una veladora a mí lado, en la mesa de noche.  Parpadee varias veces, sin dejar de observarla. Me recordaba a algo, pero no sabía a qué. Intenté levantarme, pues sabía que no estaba bien quedarme sentada como sí nada en una cama mientras la orden padecía alguna cosa.

—No te muevas —de la oscuridad, emergió una voz que penetró en mi cerebro—, estás débil.

No conocí la voz de momento, pero tras unos instantes, el rostro de Remus hizo presencia . Estaba sentado en una silla de madera frente a mi; un libro yacía sobre sus piernas, y me miraba con fijeza. El fulgor de la vela destellaba en sus ojos.  Esos ojos que me observaban con cierta y profunda tristeza.

— ¿Qué ha pasado en el ministerio?  —pregunté, exaltada. El grito de Sirius retumbó en mi memoria, e hice a un lado las mantas que cubrían mi cuerpo. Estuve a casi nada de pegar un salto de la cama, pero una mano fuerte me hizo caer de nuevo contra el lecho.  Me hubiera puesto de pie de nuevo, más los ojos de Remus me detuvieron.


—Te desmayaste. Sufriste una impresión fuerte, y terminaste aquí, en mi habitación de Grimmauld Place —alcé ambas cejas, sorprendida—. Tranquila, no he hecho otra cosa más que velar por ti, y dormir. No me propasaría. —dijo algo ofendido. Rodé los ojos.

— ¿Y Sirius, Alenna...? —me daba miedo pronunciar aquello.

El rostro tranquilo de Remus se contrajo.

—Sirius está bien...Dentro de lo que cabe —desvió su mirada al piso, y después me miró con fijeza—. Alenna atravesó el velo de la muerte. —pronunció en un susurro. Sentí como la cama se volvía más grande y yo más pequeña; un sudor frío bañó mi frente, y aferré con fuerza las sábanas, próxima al llanto.

—No...

—Tranquila —me colocó una mano en el cabello, y lo acarició con suavidad—. Es más de media noche, y apenas conseguí que Sirius durmiera  —Noté sus ojos cansados, y sólo una lágrima resbaló por mi mejilla—. Es mejor que sobre pase el dolor dormido, ¿No crees? —elevó el labio inferior, en un triste intento de sonrisa.

—Alenna no merecía morir —susurré, recargando mi cabeza en la almohada.

—Todos tenemos nuestro destino trazado —su bigote se movió con sus labios, y sonreí—, Sirius habría muerto si ella no se hubiera interpuesto.

Su mano se movía con lentitud en mi cabello. Eran caricias suaves y tranquilas. Como él.

— ¿Y Sirius no murió con ella? —pregunté, sintendo el remordimiento de la culpa comenzando a anudar mi corazón—.  ¿Crees que seguirá muy vivo? Es como... Es como  —tragué saliva, ahogando un sollozo—. Es como sí Dolohov te hubiera dañado.  ¿Cómo seguiría viva aquí, sin saber que rondas por el mismo mundo que yo?

Quitó su mano de mi cabello, y se la metió al saco. Me limpié algunas lágrimas sueltas. Y cuando pude ver bien, miré su mano que me tendía una tableta de chocolate.  Puse mi mano sobre el dulce, y lo miré ceñuda.

—Come. Te hará bien.

Me encogí de hombros, y cogí el dulce. Me llevé un poco a la boca, y cerré los ojos al sentir el placer que me causaba. Cuando los abrí, Remus me contemplaba imperturbable. Su mirada me intimidó al punto de tener que hablar.

Cómo conquistar al profesor Remus J. Lupin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora