Capítulo 46.

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Cadenas.



Remus arrugó aquella carta con fuerza.

Sentado en la orilla de la cama, visualizaba el piso de madera que tapizaba su habitación. Era una mañana calurosa, digna del verano más maduro. Afuera, los pájaros cantaban con fuerza descomunal, mientras que de la cocina provenía un exquisito aroma. Charlotte se lucía cada vez más como cocinera, y como pareja. Era una buena chica. Y él simplemente no podía hacerle aquello.

No, no podía, pero no había opción.

Con la carta arrugada entre las manos, bajó a la cocina. La mesa estaba servida con delicadeza y esmero. Una pequeña flor cuya especie no conocía, adornaba el centro de la mesa. Había chocolate humeante en su taza, y justo en el momento en que Remus apreciaba cada pequeño detalle, salía la castaña cargada con un sartén. Un vestido floral caía por su cuerpo aún delgado en exceso. A Remus le preocupaba aquella delgadez, por lo que siempre intentaba verla comer, o forzarla a comer con él.

— ¡Buen día! —Dijo tan feliz, que su corazón se estremeció de ternura—. Toma asiento, aquí traigo tu desayuno.

—Buen día —murmuró Remus, haciéndole caso y tomando asiento. Con mucho cuidado, Charlotte depositó aquellos huevos sobre el plato. El aroma delicioso se incrementó bajo sus fosas nasales. La chica se inclinó para depositar un beso en sus labios, y Remus respondió. Aunque, no con tanta efusividad como siempre.

— ¿Ocurre algo, lobo? —preguntó consternada.

—Nada —mintió, aunque pasaba de todo. Sin embargo, Charlotte quién no carecía de inteligencia, tomó asiento junto a él.

—El almanaque indica luna llena —susurró, y el rostro de Remus se tensó—. Pero no hay nada de qué preocuparse, ¿verdad?

Remus que había probado un bocado del desayuno, masticó con lentitud para poder hablar con la verdad. Aunque no pudo tomarse el tiempo que deseaba pues los ojos castaños de ella lo veían con vehemencia.

—Severus no terminó de prepárame la poción matalobos —dijo, con toda la tranquilidad que fue capaz de reunir—. Me temo que sin esa poción, no sé qué haré.

Remus bajó la mirada, para ocultar su pena con el desayuno. Charlotte, lo tomó del brazo y se lo apretó cariñosamente.

—Siempre hay una solución para todo, Remus —le aseguró.

—Lo sé —él sonrió, y al buscar la mirada de la castaña, se sorprendió al encontrar una cara sonriente y unos ojos relajados y despreocupados.

Después de un día tranquilo, donde ambos se la habían pasado en la sala de estar con el estéreo de Charlotte ofreciendo la discografía de ABBA, Tina Turner, y Danny and the Juniors, Remus se levantó. Eran las siete de la tarde, lo que indicaba que la oscuridad pronto se cerniría sobre ellos. Charlotte lo imitó y lo siguió a lo que parecía el sótano de la casa. Un lugar que no había pasado por la remodelación como el resto de la infraestructura. Era un lugar oscuro, húmedo y muy sucio. Remus encendió una vela para iluminar la pequeña estancia.

— ¿Qué venimos a buscar? —preguntó Charlotte, abrazándose a sí misma. A pesar del caluroso mes, ahí abajo hacía frío.

—Esto —Remus se inclinó, y cogió algo que ella no había notado; las cadenas. Cadenas de fiero metal. Rudas, gruesas, pesadas. Había cadenas por doquier.

— ¿Cadenas?

—Cadenas, sí —asintió con un resoplido. Pesaban demasiado.

— ¿Qué hace esto aquí?

Cómo conquistar al profesor Remus J. Lupin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora