Capítulo 60.

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Eterno.


Cuando desperté, noté una frialdad inusual en mi espalda. Alcé el rostro, confundida y somnolienta. Durante algo de tiempo no recordé donde estaba; todo me era completamente inusual, desde la cama, hasta los colores de la pared. Desconcertada, tomé asiento en la mullida cama y miré a todos lados. Un miedo creciente comenzó a crecer en mi pecho, y de pronto reaccioné.

—Evan...—murmuré, levantándome de un salto de la cama.

El corazón me latía con furia. Me sentía como sí hubiera bebido demasiado y el único efecto de la resaca era una memoria bastante mala. ¿Qué había ocurrido anoche? Me toqué el bolsillo trasero de los vaqueros y me di cuenta que tenía la varita. Sacándola, me acerqué con lentitud a la puerta. Tomé el pomo, preparándome para lo que fuera que encontraría detrás. La abrí y recorrí un pequeño pasillo, que seguro daba a una sala.

Caminé con el miedo arrasando mis sentidos. No obstante, todo comenzó a desvanecerse cuando la luz del Sol, radiante, iluminaba ante mí una imagen que parecía más que algo poco posible, un sueño.

En el sofá de la sala pequeña, estaba Remus sentado. En sus brazos llevaba un envoltorio de sábanas y mantas, y con la mano izquierda sostenía un biberón. Su mirada estaba concentrada en su regazo, donde unas pequeñas manitas salían y se movían de forma lenta. Suspiré suavemente, tratando de no arruinar la escena. Era, de forma segura, el primer encuentro del tipo padre-hijo entre Remus y Evan Lupin.

—Cómo me gustaría que pudieras hablar —escuché la voz de Remus. Aterciopelada, y algo dolida—. ¿Te hicieron daño cuando no estuviste con tú madre? —Sonrió un poco, y noté las arrugas que se contraían en su rostro, junto con las cicatrices—. Eres muy lindo, ¿lo sabías?

Sonreí enternecida. Desde un principio todo pudo haber sido así. Un Remus paternal, dispuesto a todo junto a mí. Bien sabe Merlín y todo el mundo que siempre busqué que estuviéramos bien. Sí me hubieran pedido que diera mi vida por él, no lo habría considerado y me habría lanzado al ruedo. Porque lo amaba.

Ahora, después del rescate a nuestro hijo, y su presencia anoche, seguía dudando, porque había algo que no me permitía volver a creer en él.

Alzó la mirada, y nuestros ojos chocaron. Sentí mis mejillas enrojecer, como sí hubiera hecho algo mal y Remus me descubriera. Demonios.

La media y tranquila sonrisa del licántropo me calmaron un poco más.

—Se ha dormido —susurró, y dejó el biberón en el piso—. El desayuno está en la mesa. Ve, mientras lo dejo en su cuna.

Tras decirme eso, se puso en pie jadeando con ligereza. Todavía tenía secuelas del enfrentamiento mortifago, y lograba verlo a pesar de que por todos los medios, intentaba mantener el semblante tranquilo. No me gustaba que estuviera sufriendo; debía estar en reposo todavía.

Y se levantó por mí.

—Dámelo —Lo intercepté con toda suavidad que me fue capaz tener—. Yo lo dejaré —él me miró, con cierta reticencia—. Tú no sabes que peluches colocarle para que no se asuste cuando despierte.

Remus sonrió entre divertido y agradecido.

—De acuerdo. Te espero para desayunar.

Con mucho cuidado, Evan pasó de sus brazos fuertes y nervudos, a los míos. Lo mecí un momento y tras echarle una última mirada a Remus, me alejé con el pequeño. Una dicha impropia de la época me abordó. Ver a Remus con mi hijo, y sentirlo suyo, era uno de los propósitos de mi vida, y no creí que lo conseguiría después de haber visto su terquedad ante el asunto de la paternidad.

Cómo conquistar al profesor Remus J. Lupin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora