Yo Romeo, tú Julieta

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El  ceño fruncido con el que Jodelle había aparecido a la hora del desayuno enfrió el ambiente festivo que habían mantenido las chicas antes, era como si ella transportara consigo un bloque de hielo que helaba todo.

La sospechosa mirada de sus amigas recayeron sobre ella, entorno los ojos al especular lo que sus cabecitas estuvieran imaginando.

Se froto los brazos recordando los hematomas que su cuerpo aun llevaba.

—Vamos nebe—dijo Ian lanzándola lejos—si quieres ir con tu amiguito debes librarte de mi

Ella había gruñido ante las palabras, levantándose y corriendo hacia el para atacarlo sin saber que pronto estaría de nuevo en el piso; con su cuerpo aprisionando al suyo haciéndole daño.

Era absurdo todo lo que había sucedido anoche, ella fácilmente podía patearle el trasero aun hombre sin quebrarse una uña y sin embargo anoche Ian la había dejado en el piso. Humillada, abandonada y maltratada.

— ¿Dónde estabas anoche?—pregunto Gala

Ella alzo una ceja, dejo en la mesa el vaso de leche con el que había estado jugando.

— ¿Qué?

—quería hablar contigo—expreso la rubia. La valentía que había sentido antes se había ido con la calcinante amenaza que le había hecho la otra mujer—sobre tu… tu relación con Ian

— ¿Así?—pregunto la pelinegra con dulzor—yo no tengo por qué darte explicaciones, no te las doy a ti ni a nadie

La silla en la que había estado sentada chillo cuando se levantó de forma prepotente, demostrando a los presentes que cualquier cosa que dijesen no tenía ninguna injerencia sobre ella, que nadie podía cuestionar lo que hacía o decía.

—Por cierto—se giró antes de salir. Una sonrisa indulgente en su rostro—si estaba con tu novio

El rostro de la rubia se contrajo ante la declaración, provocando a la de ojos negros satisfacción.

La verdad era que si había estado con Ian, aunque no en el plan que ahora Gala estaba pensando, “tonta” pensó, a pesar de ser una mujer bonita era demasiado insegura, aunque no podía culparla.

El sol de la mañana dio directo en su rostro, haciéndole sentir un poco de ese calorcito que hace mucho su cuerpo no experimentaba. Suspiro por lo bajo observando como la bicicleta rosa de Romina se asomaba en la cuadra.

Romina tenía 15 años, una chica bonita y amable, tan ingenua y dulce que siempre le saludaba cuando iba hacia la escuela.

— ¡Buenos días!—saludo la niña con la mano mientras pasaba en su bicicleta rosa en dirección al colegio.

La chica le devolvió el saludo con una sonrisa hasta que la niña se perdió en la siguiente cuadra. Su sonrisa cayó al instante cuando las lujosas casas de enfrente se distorsionaron, cambiando por unos enormes y frondosos árboles, y más, en donde una empedrada vereda conducía al lugar en donde se encontraba una casa grande, de paredes blancas y verjas hechas de hierro.

La puerta de madera café de la casa se abrió dejando salir a hurtadillas a una chica no mayor que ella, sus pies descalzos bajaron con cuidado las dos gradas que la separaban del camino de tierra. Cuando se vio lejos de la casa tomo el rumbo de los árboles.

Sus grandes ojos enmarcados por pestañas negras y gruesas reflejaban su felicidad, una alegría que pronto llego a sus labios curvándolos en una sonrisa mientras giraba en torno a si misma con los brazos abiertos, con el cabello alborotado al viento.

Esa niña de sonrisa radiante había sido ella.

Cerró los ojos enfadada consigo misma, por atreverse a recordar aquellos días. Esa mujer ya no existía, a esa mujer la habían asesinado.

El Club de Las Princesas TenebrosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora