El accidente II

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[Capítulo editado 04/02/2021]




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[Elisabeth]
No aguantó ni dos minutos, aunque era lo mejor, así podía trabajar en su herida. Tuve que sacarle un par de bolitas muy pequeñas de plata, algunas de ellas con acónito dentro, seguramente introducidas por medio de alguna jeringuilla con una aguja muy gruesa: eso explicaría por qué tenía una costilla literalmente perforada. Después de sacarlo todo y limpiar la herida empecé a cerrarla. En mis más de trescientos años de vida he podido aprender de todo, y medicina no era una excepción.
Toqué su cuello para ver como iba su pulso - Demasiado débil - susurré. Tuve que bajar hasta las neveras del sótano para buscar un par de bolsas que guardaba para alimentarme.
¿Quién? ¿Quién podría haberse enterado de que hay un cambiante aquí?
- Joder... 
Tuve que llevarla en brazos hacia otra habitación, conectar suero y la sangre, de la ropa y la suciedad me encargaría después. Cuando la deje en la cama me senté en el sofá de enfrente con el portátil y unos papeles, debía terminar con los malditos contratos.

[Ana]
No se cuanto tiempo pasó, pero cuando abrí mis ojos lentamente ya no estaba en aquella habitación de luz blanca, ahora estaba en otra, con luces mas cálidas, una chimenea al fondo con un fuego tranquilo, unos ventanales que ocupaban toda la pared y que dejaban entrar la luz de la luna, una alfombra blanca enorme y un sofá con una Elisabeth muy pensativa mirándome.
- ¿Te gusta? - me pregunta con voz profunda y tranquila.
- Tú como siempre, muy humilde...ah- intenté levantar la cabeza.
- No te muevas, hace rato tenias 10 gramos de plata y otros 5 de acónito casi en tu pulmón, es mejor no moverse mucho lobezno.
- ¿Lobezno? Por favor yo no soy tan guapa como Hugh Jackman.
- Bueno...- susurró mirando la alfombra, acercándose a mi lentamente - Podría demostrarte que eres hermosa y de seguro que muy caliente cuando se trata de cosas perversas - su voz, su voz ronca y muy baja. Prefiero sentir el dolor del costado a sentir lo que me esta haciendo esa mujer.
- No me atrevo ni a preguntar el método que utilizaría para demostrármelo, señorita...
-Black.
- ¿Te apellidas Black?- pregunté sorprendida.
- ¿Algún problema? - Black, justamente ese color tenían sus ojos ahora mismo, parecía que iba a devorarme.
- Eso pensaba - susurró una vez más al no obtener respuesta por mi parte. Sus ojos bajaron hasta mi cuello sin siquiera parpadear - ¿Cómo te encuentras?
- Bien supongo - seguía con su mirada en mi cuello - Elisabeth, estoy aquí - chasqueé los dedos haciendo que levantara su mirada de golpe hacia mis ojos - si quieres me voy.
- Te quedas aquí hasta nueva orden.
- ¿Nueva orden? Pero que soy, un preso, un perro, es decir, te agradezco mucho haberme ayudado pero ¿mandar sobre mi de esa manera? - se alejó de mi dándome la espalda.
- Ana, sabes que los vampiros, cuando nos enfadamos tenemos ganas de matar devorar o romper cuellos. Básicamente no nos controlamos, así que - dijo dándose la vuelta, mirándome con sus ojos oscuros como la noche misma- no me cabrees.
No nos dijimos nada más, ella se fue de la habitación y yo me quede sola. Era todo tan silencioso, ¿Dónde estaríamos? Podía escuchar el vaivén de los arboles, oler el bosque y muy muy a lo lejos se podía escuchar el ruido de una ciudad, con sus coches, semáforos. No se en que momento empecé a llorar, me sentía débil, inútil, sentía miedo, ni siquiera me sentía libre. Intenté aguantarme, pero en cuanto se me escapó un pequeño sollozo Elisabeth apareció en la puerta.
- ¿Qué pasa?- dijo alterada, pero cuando me vio suspiró de alivió - ¿Por qué lloras?
Cerré los ojos y me tapé la cara con los brazos, empezando a llorar descontroladamente. Sentí como se hundía la cama a mi derecha, y su olor a perfume que era mas caro que todo lo que tenía me envolvió.
-Ana mírame, Ana por favor - y la miré: seguía con la falda aún, y su camisa blanca a medio desabrochar, la había interrumpido cambiándose. Sentí mis ojos volverse azules, me pasaba mucho cuando lloraba, así que los cerré.
-No Ana mírame, ¿sabes que tienes unos ojos azules preciosos? Son únicos, transmiten paz, incluso a alguien como yo.
Abrí los ojos cuando lo dijo, y nos quedamos mirándonos. No se en que momento me empezó a acariciar el brazo, ni cuanto tiempo pasó hasta que sus ojos se volvieron rojos y habló.
- Siento no poder transmitirte lo mismo con lo míos.
- Los tuyos son de misterio, aunque sin duda me daría un yuyu si me los encuentro en un callejón sin aviso alguno - ambas reímos con el comentario - ¿Por qué tengo nauseas?
- Es sangre humana - dijo mirando la bolsa.
- Vaya, sabiendo cuanto la detesto vas y me la metes en las venas, tiene usted un grandísimo sentido de humor señorita Black.
-Sabía que te gustaría. En fin, tienes que descansar, pero antes debes alimentarte.
-Esta bien, ayúdame a levantarme, a ver si hay algo bueno en estos bosques - iba a levantarme pero una mano en el pecho me frenó.
- De eso nada, adivina de quien vas a alimentarte - dijo soltando una carcajada - O vamos si se que te encanta - dijo mirando mi cara, que en aquel entonces era un poema.
- No deberíamos hacer eso, no esta bien.
- Que aburridos sois los lobos ¿ves? Os perdéis tantas cosas cuando hacéis vuestras cosas suci...
- Vale lo he pillado eh - otra carcajada.
- Basta de cháchara, que parte te apetece, cuello, hombro, ¿o a lo mejor muslo?
- Con el brazo bastará gracias - dije mirando la pared, ¿estaba roja no?
- Aguafiestas...- sin decir más empezó a quitar su camisa - No quiero que me la vuelvas a manchar - aclaró viendo mi cara. Se tuvo que acercar más, y con su otra mano ayudarme a levantar la cabeza. Cuando estuve "cómoda" cogí su brazo y la miré, a lo que ella levantó una ceja. Escalofríos, sí, fueron escalofríos lo que sentí con ese gesto y su, una vez más, mirada. Sin más me agaché y clavé los incisivos suavemente y empecé a succionar cuando sentí el caliente líquido invadir mi boca. Estaba deliciosa, no lo voy a negar, pero eso estaba mal.
- Mmm - no, no podía ser, no podía ser un gemido y no suyo sino un gemido saliendo de ¡mi boca! Levanté la mirada avergonzada hacia ella, estaba con los ojos cerrados y mordiéndose el labio, veía su pecho semidesnudo subir y bajar de una manera lenta y muy profunda. Entonces, abrió los ojos y me miro, ojos rojos llenos de deseo y lujuria. Me separé lentamente de ella, sosteniéndole la mirada. Sentí uno de sus dedos limpiarme los labios del poco liquido rojo que quedaba, mientras se acercaba a mi lentamente.
- Elisabeth no - lo dije tan bajo que ni sabía si ella me escuchó.
- Buenas noches Ana - y con un beso en mi frente se fue de la habitación.

- Buenas noches Ana - y con un beso en mi frente se fue de la habitación

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