Capítulo 4

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Cuando Azize despertó, estaba sola. Sabía que así sería, aunque hubiera deseado algo diferente porque a pesar de lo que había sucedido la distante relación con su esposo no había cambiado.

Se movió y su cuerpo le recordó lo que había pasado la noche anterior, se había convertido en la mujer de Cian.

A pesar de su completa inexperiencia, se había dado cuenta de un par de cosas. Lo primero era que Cian había sido muy gentil y cuidadoso con ella, el dolor fugaz y las molestias que había sentido eran lo esperado por ser su primera vez, pero él la había cuidado con la mayor consideración. Lo segundo que había notado era que él se había contenido, la había tratado como a la princesa...no había sentido que él le hiciera el amor como a una mujer, sino controlándose en cada paso sin olvidar que estaba cumpliendo un deber.

Su padre ya no la reprendería, los rumores se acallarían, pero ¿a qué precio?

La noche anterior había sido un paso más en su matrimonio arreglado, estuvo segura que él no volvería a tocarla hasta que les exigieran un hijo. A pesar de que Cian se había asegurado que fuera lo más placentero posible, algo había faltado y Azize se imaginó que si hubiera habido amor habría sido muy diferente, podría haber sido algo hermoso.

Se sintió terriblemente triste y se puso a llorar desconsoladamente.

La sirvienta que la noche anterior había buscado a Cian, entró y se asustó al verla en tal estado.

-Su Alteza, ¿está bien? – preguntó la joven preocupada. Y Azize sólo se limpió las lágrimas e hizo un gesto afirmativo.-¿Le hizo mucho daño? – se animó a preguntarle algo avergonzada..

-No, no...estoy bien. Mi esposo me trató muy bien...-dijo y sin embargo no resultó convincente porque, por absurdo que fuera, era aquella fría consideración lo que la había dañado.

-Su Alteza...

-Prepárame el agua para un baño y mi ropa – dijo Azize recobrando su compostura. Era la Princesa después de todo, muchas vidas estarían en sus manos algún día y eso era lo más importante.

Por lo visto los rumores eran más rápidos de lo que ella creía, porque al salir de sus aposentos y recorrer el Palacio escuchó los murmullos a su paso y supo que la corte a pleno estaba al tanto de que su matrimonio había sido consumado.

Se irguió y caminó orgullosa como si nada la importara, como si nada pudiera afectarla, se cubrió con el poder de su estatus como si fuera un manto, siempre había sido así, sin embargo un deseo la acosó.

Hubiera deseado sentirse acompañada, protegida.

Se cruzó con algunos funcionarios que se inclinaron respetuosamente ante ella, pero la joven sabía muy bien lo que pensaban, no estaban felices con que su padre la hubiera nombrado su heredera, no creían que pudiera ser reina. Los miró con aquella mirada ensayada durante años, intentando transmitir su autoridad y desdén.

Sin importar el camino que tuviera que recorrer o lo mucho que debiera perder para lograrlo, ella sería una buena reina algún día, pero no le importaba el respeto de aquella gente, quería el respeto de su pueblo...si todos los otros sueños de su corazón eran sacrificados, al menos quería ser una buena gobernante.

   Cian había estado entrenando con la espada hasta agotarse, sus hombres temblaban cada vez que los llamaba para compañeros de práctica. Además de sus habilidades usuales, estaba de pésimo humor y eso lo hacía mucho más peligroso.

Movía la espada con una agilidad sorprendente como si no pesara nada, como si fuera una extensión más de sus manos y su mirada parecía vacía. Se concentraba en su espada mientras apartaba los pensamientos que lo molestaban.

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