Capítulo 15

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Aquella noche, mientras estaba solo, el rey se preguntó cómo podía haber salido todo tan mal, había usado su poder para el bien de su hija, pero todo se había trastocado.

Anheló la presencia de su esposa, tener alguien a quien poder hablarle de sus preocupaciones y miedos.

Pero era el rey, y eso era casi una condena de soledad. Ni siquiera a su amada hija podía cargarla con el peso de ciertas decisiones, pero deseaba para ella algo diferente, que no tuviera que recorrer sola el difícil camino de un gobernante.

Más allá de la evidente disconformidad de Cian , un par de días después, él y Azize partieron al extranjero para asistir a la boda.

Ella después de la conversación con su padre ya no había intentado disuadirlo y había acatado las órdenes. Los acompañaban un grupo selecto de guerreros y una comitiva encargada de asistirlos durante el trayecto.

Se sentía como en los viejos tiempos, ella viajando en el carruaje y Cian cabalgando a su lado. Había intentado que viajara en el interior junto a ella pero se había negado, tampoco le había permitido cabalgar a ella.

-Es un viaje largo, y será incómodo, estarás más protegida así , yo no sirvo para viajar en carruaje– dijo él y ella frunció el ceño.

-Estaré a tu lado – dijo él para conformarla , así que ella dejó la ventanilla levantada y cabalgó al ritmo del carruaje para poder ir hablando con ella.

Aún yendo a buen ritmo, el viaje les llevaría unos siete días, así que además de los regalos de boda llevaban vivieres y enseres necesarios para tan largo desplazamiento.

La primera noche que se detuvieron a descansar, luego de que armaran las tiendas, Azize se acercó a Cian.

-¿Podemos alejarnos un poco de los demás? – preguntó ella y él la miró claramente disconforme, parte del plan de seguridad consistía en permanecer juntos.

-¿Por qué? – preguntó él

-Esto...-dijo ella y le mostró el regalo que él le había hecho.

-¿Lo has traído contigo?

-Por supuesto y quiero ir a ver las estrellas,me tranquiliza hacerlo.

-De acuerdo, los exploradores han dicho que la zona es tranquila. Vamos – dijo él y la acompañó a un claro un poco alejado, donde tuvieran privacidad.

Azize iba a sentarse en el suelo cuando Cian se lo impidió, se quitó la capa y la puso a modo de manta para que ella se sentara con comodidad.

-Podría haber puesto mi capa...- dijo Azize- Gracias- agregó y lo invitó- siéntate conmigo.

Cian se acomodó a su lado aunque mantuvo cierta distancia. La joven miró un rato las estrellas y luego le pasó a él el objeto para que las observara también.

-¿Cómo se te ocurrió ese regalo? – preguntó ella.

-Me costó encontrar algo adecuado para ti, pero al verlo imaginé que te gustaría. Sé que no te interesan las cosas superficiales, pasas tanto tiempo en la biblioteca que debía ser algo interesante y también me gustó algo que pusiera al alcance de la mano algo tan inalcanzable y lejano como una estrella...-dijo él con un tono de voz extraño que ella no pudo descifrar.

- Una vez más gracias, por buscar y encontrar algo adecuado para mí...

-Menos mal que no elegí una escultura de oro de un cerdo – respondió con ligereza recordándole uno de los regalos que había recibido de unos invitados en su cumpleaños, la joven no pudo evitar reír.

-¡Es horroroso! ¿ Verdad? – exclamó divertida. Había tenido que contener la risa cuando lo había visto

-Podrías enviarlo a fundir...

-Me parece buena idea, creo que es lo primero que haré cuando regresemos a casa - dijo ella con aire risueño y él se la quedó mirando de reojo

-Sí, deberías. Ahora será mejor ir a dormir. Es probable que mañana podamos dormir en una posada, será más cómodo- dijo él y la ayudó a ponerse en pie.

-Sabes, es una sensación extraña esta de viajar tan lejos, aunque no quiera ir, en el fondo me alegro...

- No entiendo.

-Me alegra que no me estén escoltando a mí para que me case en el extranjero. Es tranquilizador – dijo ella dirigiéndole una suave sonrisa.

- Si lo es...- susurró él pero ella no alcanzó a escucharlo. Volvieron al campamento a pasar la noche, les quedaba un largo camino por delante

Los dos días siguientes fueron iguales y el tercero bordearon un poblado, así que pudieron hacer noche en una posada cercana.

-No tendremos otra oportunidad hasta llegar, así que será mejor que descanses bien y aproveches a asearte- le indicó Cian a Azize mientras la acompañaba a su habitación.

-¿Y los demás?- preguntó preocupada por quienes los acompañaban.

-Los sirvientes se hospedarán aquí también y los soldados, salvo los que hagan guardia harán campamento, no hay espacio para tanta gente, aunque sí todos comerán aquí –explicó él.

-¿Tú? – preguntó ella y lo vio dudar

- Haré guardia...

-Cian, necesitas descansar...y eres el Príncipe Consorte, quiero decir, se supone, se espera que...Al menos busca una habitación para ti- dijo sin saber cómo explicarse.

-No quedan más habitaciones- dijo él seriamente

-Duerme aquí – dijo ella y se ruborizó –Quiero decir....cuando lleguemos allá tendremos que estar en una misma habitación, sería extraño si no lo hacemos...no es que...

-Entiendo Azize. Está bien, haré arreglos para pasar la noche aquí – dijo con seriedad .

Después bajaron a cenar junto a los demás, una comida caliente fue muy bienvenida y reparadora.

Cuando volvieron a su habitación Azize vio que habían instalado un jergón y se sintió inquieta, era una situación extraña aquella de compartir habitación con él. Tampoco era uno de los amplios aposentos de Palacio, era una pequeña habitación en la que no podían evitarse.

Durante unos minutos se quedaron mirándose y luego Cian carraspeó.

-Si necesita tiempo , puedo salir...- dijo él sin darse cuenta que volvía a hablarle formalmente.

-No es necesario- dijo ella y se metió debajo de las mantas casi completamente vestida.

Cian tampoco se quitó la ropa y se acostó en el jergón, dejó un pequeño farol encendido como precaución.

Azize no podía dormir así que con esa pequeña luz como aliada aprovechó para observar a Cian dormir, aunque sabía que más mínimo ruido lo despertaría, por el momento estaba dormido y podía mirarlo tranquilamente.

Era el hombre que amaba y sin embargo era como las estrellas que veía a través de aquel novedoso invento, podía parecer cercano porque era su esposo pero estaba infinitamente lejos de ella pues no tenía su corazón.

Él había dicho que no había pasado nada con la bella cortesana de La Casa de las Flores y que no tendría una concubina, se preguntó, como se había preguntado desde los catorce años, qué tipo de mujer era la que podría ganar su amor.

Imaginó que sería mucho más fácil si lo supiera, quizás podría encontrar un camino hacia él.

Finalmente, observándolo, se quedó dormida.

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